El ansia de comida infantil de los prisioneros de guerra

El ansia de comida infantil de los prisioneros de guerra
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Los prisioneros de guerra, lejos de casa y sometidos a duras restricciones calóricas, tienen sus propias obsesiones alimentarias. Muchos de estos prisioneros incluso sueñan que comen y se relamen los labios mientras lo hacen, tal y como refirió Primo Levi en un campo de trabajo próximo a Auschwitz llamado Buna.

Sin embargo, una obsesión bastante corriente es el ansia de alimentarse de la comida de su infancia.

Comida infantil

Lo hemos visto en muchas películas, y también aparece cosignado en muchas de las memorias de los prisioneros de guerra de la Segunda Guerra Mundial: no solo se pasa hambre y se añora el hogar, sino que se explicita con gran detalle y afán todas la cosas que se volverán a comer en cuanto regresen a casa.

Estas recetas nostálgicas no suele ser el típico menú de un restaurante de lujo, sino la comida casera que comían de pequeños, en grandes cantidades y muy calórica. Lo explica así Bee Wilson en su libro El primer bocado:

Un ex prisionero de guerra británico se acordaba de soñar dos noches seguidas con "totillas y pudin de melaza". También recordaba la gran decepción que se llevó al despertarse, ya que "ambas eran tan fáciles de conseguir como una rodaja de la luna".

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Entre los prisioneros de guerra europeos y estadounidenses de países orientales, donde eran alimentados básicamente de arroz blanco hervido, la historiadora de la alimentación Sue Shepard escribe que la mayoría de hombres de los campos japoneses "sufrieron una regresión a un estado infantil": añoraban tanto el azúcar como si ésta fuera una droga.

Esta nostalgia por la comida infantil no solo estriba en el hecho de que resulta apetitosa y es muy calórica, sino en que nos retrotrae a todo lo que acompañaba la infancial: la familia alrededor de la mesa, sentirse protegido y libre de toda responsabilidad, etc. Es decir, se soñaba con comida infantil por sus connotaciones.

En el caso de los británicos podía tratarse de éclairs de chocolate, pudin de sebo y tarrinas humeantes de natillas tan amarillas como el ramúnculo; en el caso de los estadounidenses, barras de chocolate Hershey, la tarta de manzana de mamá y todo tipo de pasteles rellenos, dede el de chocolate hasta el de coco. Algunos hombres se negaron a participar en las charlas colectivas sobre comida porque para ellos el recordatorio de los lejos que estaban de casa era doloroso, pero para la mayoría, las conversaciones disparatadas sobre comida se convirtieron en un mecanismo de supervivencia para pasar los interminables días de tedio y brutalidad. Un prisionero de guerra de larga duración recordaba que después de aproximadamente un año y medio, las conversaciones sobre comida sustituyeron completamente a las ensoñaciones sobre mujeres.

Ay, la Pirámide Maslow.

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