Ecologistas no tan ecológicos: consumo con responsabilidad, conduzco un Prius, lavo los platos a mano y compro productos locales (I)

Ecologistas no tan ecológicos: consumo con responsabilidad, conduzco un Prius, lavo los platos a mano y compro productos locales (I)
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Voy a proferir una obviedad. Y además voy a hacerlo de forma simplona. A saber: las personas ni son buenas ni son malas, sencillamente persiguen el propio interés. Si en el curso de este objetivo salen obstáculos al paso, entonces los conflictos de intereses generarán comportamientos buenos o malos, según el grado de profundidad con el que analicemos dicho comportamiento. (Sí, para el que suscribe, el altruismo y el egoísmo son sinónimos, por si cabe alguna duda).

Pero hoy, queridos amiguitos, no vamos a meternos en ese jardín, ya de por sí proceloso. Vamos a pisotear otro jardín también trufado de minas, y lo vamos a hacer con cautela intelectual pero sin ningún remilgo moral o político: si tiene que estallar la mina, que lo haga, y al menos el estrépito acaso nos espabile un poco el jeto y, por extensión, el saco de tópicos que todos llevamos por bagaje.

(Huelga advertir que el que suscribe solo aspira a estimular la sana discusión entre los comentaristas: este artículo no es la verdad revelada ni pretende serlo).

Dicho lo cual, vamos al meollo: Sí, todos creemos que somos buenos, en términos generales. Pero sobre todo necesitamos parecer buenos, porque de nuestros actos se forjará luego nuestra reputación. En el universo social, la reputación constituye uno de los valores más esenciales. Por ello hay tanta gente que intenta consumir con responsabilidad (y lo dice), no come carne (y lo dice), ama a los animales (y lo dice) o reniega del nuevo iPad a causa de las draconianas condiciones laborales de sus manufacturas, que acaban por suicidarse por la presión (y lo dice).

Éstos y otros actos nos sitúan en una posición de cierta superioridad moral. Por eso los llevamos a cabo. Y además es bueno para el mundo y, por ende, para nosotros. Por eso, también, los llevamos a cabo.

Pero ahí vamos a pisar la primera mina: ¿realmente es así o hay más de impostura o de estética que de razones de peso? Y ése es el mayor problema que denuncian Joseph Heath y Andrew Potter de la mayoría de rebeldes del mundo en su libro Rebelarse vende. Que la mayoría son rebeldes por impostura o estética. Y, por tanto, sus rebeldías no sólo tienen un efecto muy superficial en la sociedad a fin de que cambie de una manera reseñable, sino que la mayoría de esas rebeldías acaban convirtiéndose en modas inanes. Y en un negocio tan execrable como el que se trataba de poner en evidencia.

Después de ver documentales como Una verdad incómoda, de Al Gore, o las hazañas de los guerreros del arcoiris que luchan auspiciados por Green Peace en contra de los malvados destructores del medio ambiente, algo le nace a uno por dentro. Es la trepidación de izarse como héroes y justicieros de los villanos que se ocultan en las sombras. Es la emoción de sentir que tus actos sirven para algo, que se pueden cambiar las cosas. Ahora. Ya. Todos juntos.

Pero esa sensación también la transmiten películas como Rambo, así que dejemos a un lado las emociones por un momento y analicemos las razones subyacentes de los beatíficos actos ecologistas (presuntos) que nos rodean.

Empezaremos a hacerlo, uno a uno, en la próxima entrega de esta serie de artículos sobre los ecologistas no tan ecológicos.

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