¡Estoy rodeado de locos!

¡Estoy rodeado de locos!
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Suele ser propio de personalidades egocéntricas el considerar al resto de los mortales como tontos, raros o locos. A pesar de eso, lo confieso: a veces creo que a mi alrededor hay gente que está loca. Pero loca de verdad. No loca en plan “ay, qué locos”, sino clínicamente locos, con problemas mentales graves. A veces creo que estoy en un manicomio o en una orgía de borrachos en la que yo soy el único abstemio.

Esta sensación no es tan extraña si tenemos en cuenta que nuestros cerebros tienden a los errores más frecuentemente de lo que creemos. Desde la esquizofrenia hasta el trastorno obsesivo-compulsivo, pasando por el trastorno bipolar (también estado maníaco-depresivo), nada ilustra más elocuentemente la vulnerabilidad de la mente humana que nuestra susceptibilidad a los trastornos mentales crónicos y graves.

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Algunos estudios arrojan cifras demoledoras: es posible que una cuarta parte de todos los seres humanos estén padeciendo algún trastorno clínico. Y en el transcurso de la vida, casi la mitad de la población se enfrentará a brotes de una enfermedad mental u otra.

Así que no es de extrañar que nos crucemos con alguien que sufre problemas mentales en nuestro día a día y que todavía no esté diagnosticado (ni lo esté nunca). De hecho, es muy probable que muchos de los comentarios de Genciencia estén escritos por gente desequilibrada en uno u otro grado. Incluso es posible que yo mismo esté ahora pasando por algún desequilibrio que pueda leerse entre líneas.

Empecemos por un hecho muy conocido pero quizá no del todo valorado. En general, los trastornos mentales no son anomalías aleatorias sin precedentes, propias exclusivamente de los individuos que las padecen. Más bien se componen de grupos de síntomas recurrentes.

Todos estos fallos del cerebro están bien documentados y clasificados en el DSM-IV (abreviatura de Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, cuarta edición; se prevé una quinta edición para 2011).

Desde luego, los síntomas varían de un individuo a otro, tanto en gravedad como en cantidad. Del mismo modo que dos resfriados no son exactamente iguales, dos personas a las que se diagnostica una enfermedad mental determinada no la experimentan exactamente de la misma manera. Algunas personas con depresión, por ejemplo, son disfuncionales, y otras no. Algunas personas con esquizofrenia oyen voces, y otras no.

Además, el diagnóstico no es una ciencia exacta, como bien demuestra aquel experimento que os referí sobre gente que fingía estar loca… acabaron todos en el manicomio, considerados locos de verdad. También hay unos cuantos trastornos (como el síndrome de personalidad múltiple) cuya misma existencia es controvertida.

Y además hay algunas “dolencias” que antes se consideraban trastornos y ahora, afortunadamente, ya no, como la homosexualidad, retirada del DSM-III en 1973, o la incapacidad para alcanzar el orgasmo vaginal, el trastorno de la masturbación infantil o la drapetomanía, es decir, el inexplicable deseo de fugarse de algunos esclavos… sí, manías raras de algunos.

Los trastornos mentales tienen un origen ambiental, pero también biológico, incluso inherente del funcionamiento del cerebro, así que no importa que visitemos una aldea perdida en el bosque o una gran ciudad: los trastornos mentales existen, por lo que sabemos, desde que existen los seres humanos.

Existe una gran regularidad en la formas en que la mente humana se viene abajo, y ciertos síntomas, como la disforia (tristeza), la ansiedad, el pánico, la paranoia, los delirios, las obsesiones y la agresividad descontrolada, reaparecen una y otra vez.

Al menos, como consuelo, podemos recurrir a una de mis frases favoritas, de Carlo Dossi: Los locos abren los caminos que más tarde seguirán los sabios.

Vía | Kluge de Gary Marcus

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