El miedo infundado al terrorismo, los accidentes de tráfico, la violencia de género y otros hechos matemáticamente improbables (III)

El miedo infundado al terrorismo, los accidentes de tráfico, la violencia de género y otros hechos matemáticamente improbables (III)
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El problema es más grave de lo que parece porque afecta a los propios periodistas, que consideran honesto su trabajo. No hace mucho, por ejemplo, tuve la oportunidad de escuchar el lamento de una periodista sobre el alarmante número de víctimas de violencia de género en España. Asimismo, pronunciaba el siguiente deseo: espero que algún día me levante por la mañana con la noticia de que ya no hay víctimas de género, esta lacra execrable que no entiende de clases.

Si bien la violencia de género es pavorosa, eso nadie puede niega, tal vez la cobertura mediática y su anumerismo implícito (empleando la terminología del matemático John Allen Paulos) nos está haciendo perder el norte.

Las víctimas de género nunca desaparecerán porque las víctimas en general nunca terminarán: la gente se muere, y además no para de morirse: es una consecuencia de que somos demasiadas personas en el mundo.

Sin embargo, los recursos son limitados, y emplear demasiados recursos en un asunto que ha sido sobredimensionado por la cobertura mediática provoca que otros asuntos más perentorios queden desatendidos. Obviamente, al combatir de manera tan tajante, casi utópica, las víctimas por violencia de género sin duda estamos mejorando la posición de la mujer en la sociedad (además, si hay X muertes, seguramente hay detrás muchos más casos horrorosos maltratos, amenazas, etc.).

No obstante, se paga un alto precio enfocando el problema de ese modo. Si lo importante es el número de maltratos o la posición desfavorable de la mujer, entonces no debería anunciarse cada dos semanas el número de muertes a mano de sus parejas: esa cifra es inútil y, además, propaga la alarma.

Por otro lado, si se pretende eliminar la desigualdad entre hombres y mujeres o los maltratos machistas, tal vez el mejor modo de hacerlo no sea “hinchando psicológicamente” las cifras de muertes; hasta el punto de que muchas de las mujeres que conozco se rasgan las vestiduras y aspiran a que no haya ni una mujer muerta más a manos de su marido… pero se olvidan de cientos de asesinatos al año, tan injustos y pavorosos como los de género.

Las igualdades sociales no se conquistan de esa forma, pues entonces penden de un hilo que puede ser cortado en cuanto se advierte “la trampa”, y puede perderse lo conquistado en muy poco tiempo. Sin embargo, el procedimiento continúa adelante porque nuestro cerebro no está diseñado para los grandes números.

Según Robin Dunbar, nuestro cerebro tiene un límite para mantener una auténtica relación de tipo social; es decir, que no nos limitamos a saber cómo se llaman o de qué los conocemos sino que no nos resulta problemático tomarnos algo en un bar si coincidimos por casualidad. O como dice el neurólogo Steven Johnson: “Tenemos un don natural para teorizar acerca de otras mentes, mientras no sean demasiadas. Tal vez si la evolución humana hubiera continuado durante aproximadamente otro millón de años, todos nosotros modelaríamos la conducta de ciudades enteras.” Sin embargo, nos perdemos cuando nos hablan de cientos o miles de víctimas.

Es natural que una periodista se escandalice con semejante número de muertes, porque, para su cerebro, el mundo se compone de unas 100 o 200 personas (las que puede contar, con las que se puede implicar, el número que más o menos componía las primeras comunidades de homínidos).

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Vía | El cisne negro de Nicholas Taleb Nassim, El hombre anumérico de John Allen Paulos, Tráfico de Tom Vanderbilt, El club de los supervivientes de Ben Sherwood, Sistemas emergentes de Steven Johnson, El fin de la fe de Sam Harris, Historias de un gran país de Bill Bryson El miedo a la ciencia de Robin Dunbar y Superfreakonomics de Stephen Dubner

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