Viva la serendipia (I): el mendrugo de pan atómico

Viva la serendipia (I): el mendrugo de pan atómico
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La mayoría de gente cree que los hallazgos científicos son fruto del esfuerzo y de un largo proceso de ensayo y error. Sí, algunos hallazgos científicos florecen de esta forma. Pero sólo algunos. Un gran número de descubrimientos científicos son fruto del azar, de la pura chiripa del investigador, de estar buscando una cosa y encontrar otra.

A este proceso azaroso se le conoce por el nombre de serendipia. El verdadero motor de la ciencia. La palabra fue acuñada por Horace Walpole en una carta a su amigo Horace Mann, en 1974. En la carta se hacía referencia a un cuento de hadas titulado Los tres príncipes de Serendip, los cuales “siempre estaban haciendo descubrimientos, por accidente o sagacidad, de cosas que no se habían planteado”.

Obviamente, para que se produzca la serendipia deben darse dos requisitos: que el investigador dedique muchas horas a su trabajo (aunque sea buscando otra cosa) y que su preparación sea lo suficientemente profunda como para darse cuenta de que ha descubierto algo importante (aunque no sea lo que buscaba).

En esta serie de artículos sobre la serendipia, pretendo presentaros los casos más famosos y también los más estrambóticos.

EL MENDRUGO DE PAN ATÓMICO

Vamos con el primero, quizá uno de los primeros casos de serendipia documentada. Sucedió hacia el 400 a.C. Se dice que el filósofo Demócrito, tras oler un pan recién horneado, pensó que olía estupendamente bien, pero también se planteó cómo era posible que su nariz pudiera oler el pan a distancia si nada lo unía a él.

Demócrito, que no tenía a su disposición la tecnología apropiada, simplemente echó mano de su imaginación: vale, son partículas diminutas de pan que transportan las propiedades del alimento y llegan flotando hasta mi nariz. Son partículas tan pequeñas que no las veo, pero mi nariz sí las registra. (Lo cual implica algo muy desagradable si alguien huele a pedo o a excrementos).

Demócrito también dedujo que era posible fraccionar un trozo de pan en migas cada vez más pequeñas, pero llegaría un punto en que ya no podría hacerlas más pequeñas. Este punto en el que la miga ya fuera indivisible en más fragmentos sería la unidad fundamental del pan y de cualquier otra cosa.

Llamó a esas partículas indivisibles de una forma que hoy nos resulta muy familiar, aunque no signifique exactamente lo que en su día dedujo Demócrito: átomos. En griego significa precisamente “indivisible”.

En 1599, el monje italiano fray Giordano Bruno fue enviado a la hoguera por el Santo Oficio. Cometió el grave delito de anunciar la existencia del átomo.

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