Nuestro desempeño en el trabajo depende de la reputación y eso no se suele tener en cuenta al contratar a un empleado

Nuestro desempeño en el trabajo depende de la reputación y eso no se suele tener en cuenta al contratar a un empleado
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Las organizaciones invierten mucho tiempo, dinero y recursos en la búsqueda de los trabajadores adecuados. Sin embargo, según un nuevo estudio de la Universidad de Toronto, es posible que estén pasando por alto el ingrediente clave para determinar el éxito de los futuros empleados: la reputación.

La investigación, publicada en el Journal of Applied Psychology, solicitó a 455 cadetes militares en Corea del Sur que calificaran su propia personalidad y, al mismo tiempo, su personalidad fue calificada por tres compañeros cadetes. Los investigadores también recopilaron calificaciones sobre los comportamientos cívicos, así como el desempeño académico y laboral.

Somos lo que vemos en los ojos de los demás

Como era de esperar, los cadetes que eran concienzudos (trabajadores y confiables) y agradables (amigables y cooperativos) tendían a ser los también desplegaban un mayor desempeño. Pero los investigadores encontraron que era la reputación de los cadetes, no sus rasgos de personalidad o identidad, el predictor más preciso de ese éxito.

Los investigadores sugieren que podría haber varias razones por las que la reputación es un predictor tan preciso del éxito. Podría ser que otros sean mejores para captar información que los individuos tienden a distorsionar cuando se miran a sí mismos, a través de sus propios sesgos cognitivos.

Los compañeros también juzgan la reputación en función del comportamiento. No necesariamente conocen los pensamientos, sentimientos, metas o experiencias pasadas de un individuo; solo están presenciando el desempeño. Y, en el caso del lugar de trabajo, ese desempeño solo se ve en un contexto específico.

Eso no significa que la reputación de uno esté escrita en piedra, incluso si la determinan otros. Eso es porque la personalidad de una persona puede cambiar y cambia con el tiempo. La personalidad no es fija, aflora en los roles que ocupamos y las relaciones que construimos con los demás. Por eso, también, nuestra moralidad es muy flexible, y podemos ser buenos y malos en función de las circunstancias, e incluso a la vez (sin contar lo difícil que es determinar si un acto es moralmente bueno o malo en puridad). Y, por supuesto, somos buenos o malos en función de si nos valoramos a nosotros mismos o nos valoran los demás:

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