
En la anterior entrega de este artículo os adelantaba que existían experimentos semejantes a los de las ratas pulsando compulsivamente un botón que les proporciona placer directamente por vía neuronal.
De hecho, si sabemos lo que sentiría un ser humano en las condiciones de la rata de Olds y Milner es gracias a un experimento muy poco ético del doctor Robert Galbraith Heath, fundador y director del Departamento de psiquiatría y neurología de la Universidad de Tulane de Nueva Orleans, donde trabajó entre 1949 y 1980.
Galbraith llevó a cabo sus investigaciones en pacientes afroamericanos de centros psiquiátricos con el objetivo de usar la estimulación cerebral para aliviar síntomas de trastornos como la depresión mayor y la esquizofrenia. Pero Galbraith llevaba a cabo dichos experimentos sin el consentimiento informado de sus pacientes.
La hipótesis de este experimento era que, puesto que la estimulación del Septem provocaba place, si esta estimulación se combinaba con imágenes heterosexuales, podría “dar lugar a una conducta heterosexual en un varón manifiestamente homosexual”.
Otros experimentos similares llevados a cabo por otros investigadores en mujeres dieron resultados de adicción compulsiva a la recompensa:
la paciente se autoestimulaba todo el día hasta el punto de descuida su aseo personal y sus obligaciones familiares. Acabó con una ulceración crónica en la punta del dedo que empleaba para ajustar la intensidad de la estimulación, una intensidad que intentaba aumentar manipulando el aparato. A veces suplicaba a su familia que le limitara el acceso al estimulador, pero no tardaba en exigir que se lo devolvieran.
En consecuencia, el sentido de la vida, a este respecto, podría reducirse a la imagen de la zanahoria colgando a unos pocos centímetros del belfo del burro: nos pasamos la existencia tratando de alcanzarla, y solo de vez en cuando conseguimos darle un mordisco pequeño. No conseguir mordisquear jamás la zanahoria sería, a efectos prácticos, tan mortal y desazonante como obtener la zanahoria completa sin ningún esfuerzo.
Podéis leer más acerca de esta reflexión en La felicidad es elástica.