Cuando la Editorial Paidós me hizo llegar Mala ciencia, de Ben Goldacre, a sabiendas de que me fascina leer ensayos de divulgación científica, no pude reprimir mi entusiasmo. No sólo se había traducido por fin el recomendadísimo Bad Science, sino que lo tenía en mi casa, dispuesto para ser devorado.
Y por supuesto, la lectura ha dado sus frutos en forma de artículos inspirados por él, como Homeopatía: ¿una sola molécula entre la distancia de la Tierra al Sol? , Cómo el médico puede enfermarnos o curarnos sólo con su actitud, Placebo extremo: si tienes ganas de vomitar, tómate algo para tener más ganas de vomitar o ¿En qué consiste el fraude de la gimnasia cerebral?
Lo que no esperaba es que me gustara tanto. A pesar de que es un poco denso en algunos pasajes, Mala ciencia es uno de los mejores libros que he leído para comprender en qué consiste la investigación médica y por qué no debo tomarme en serio la actividad de curanderos o defensores de las terapias naturales (por ser naturales y no por pruebas de que realmente sean mejores).
Supongo que queréis que vaya al grano: ¿qué partes son las aburridas? Son los dedicados a desmontar los chiringuitos del equivalente british de Txumari Alfaro o de los laboratorios Boiron. Eso ocurre porque sus referencias nos quedan un poco lejanas, y el autor dedica demasiadas páginas a asuntos que no hemos vivido en los medios de comunicación.
El resto vale su peso en oro. ¿Cómo sabemos si un tratamiento funciona, o si algo produce cáncer? ¿Quién intentó convencernos de que la vacuna triple vírica podía provocar autismo? ¿Comprenden la ciencia los periodistas? ¿Por qué buscamos explicaciones científicas para problemas sociales, personales y políticos? ¿Son tan diferentes los médicos alternativos y las compañías farmacéuticas, o sólo emplean los mismos viejos trucos para vendernos diferentes tipos de pastillas?
Mala ciencia responde magistralmente a todas esas preguntas. Por ejemplo: una de las razones por las cuales se recurre a rigurosos ensayos clínicos para certificar la efectividad de un fármaco es que, en el proceso de la curación, intervienen muchos elementos que pueden desvirtuar el resultado. Por ejemplo, el efecto placebo: si el paciente tiene confianza en el fármaco, porcentualmente se curará más fácilmente.
Y también te permite entender un poco de epistemología básica. Es decir, por qué el conocimiento no se adquiere simplemente porque el vecino te lo cuenta o porque tú mismo lo experimentas en tu cuerpo, sino a base de rígidos protocolos de control. Porque los cerebros humanos son falibles y están llenos de parches, pero el método científico funciona mil veces mejor.
O como diría Clovis Anderson, “uno no sabe nada hasta que no sabe por qué lo sabe.”
Afortunadamente las cosas parece que están cambiando. Mala ciencia tiene más de 250.000 copias vendidas en Reino Unido. Ha sido publicado en 18 países. “Libro del año” por el Daily Telegraph, Observer y The Times.
Pero como el propio Goldacre sostiene:
No creo que ganemos nunca [la guerra contra la mala ciencia] y tampoco estoy deseando ganar. No me importa que a alguien le timen o que se gaste el dinero en pastillas, me divierte pensar que es una especie de impuesto voluntario sobre la ignorancia científica. Lo que hago lo hago porque considero que la pseudociencia es interesante, creo que dice mucho sobre el papel de la medicina y de la cultura científica de tu país que la gente sea entusiasta de las píldoras mágicas.
Editorial Paidós
Colección Contextos
400 páginas
ISBN: 978-84-493-2496-3
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