Y si conciencia solo fuera un fenómeno de la organización de la materia, como la humedad de las moléculas de agua

Y si conciencia solo fuera un fenómeno de la organización de la materia, como la humedad de las moléculas de agua
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¿Qué es la conciencia? ¿Cómo sabemos que somos nosotros? ¿Cuánta conciencia hay en alguien que permanece en coma? Si hacemos una copia exacta de la disposición de nuestras neuronas y conexiones sinápticas, ¿conservaremos nuestra conciencia?

Son preguntas filosóficamente espinosas, y quizá ni siquiera las preguntas estén bien formuladas porque parten de apriorismos, conceptos difíciles de definir y una buena dosis de subjetivismo. Sin embargo, los tecnólogos que tratan de alcanzar la inmortalidad abordan la cuestión de forma más práctica y mecanicista, como si fuera una ley de Newton.

Agua y conciencia

Para muchos, el fenómeno de la conciencia, pues, solo sería producto de la particular organización de las partículas que forman el cerebro, como el fenómeno «humedad» es producto de la especial organización de las moléculas de agua en un patrón que llamamos «líquido» y que difiere del patrón «gas» o «sólido», que no son húmedos (nube de vapor y cristal de hielo, respectivamente).

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Como lo explica el cosmólogo sueco Max Tegmark en su libro Vida 3.0:

Como sucede con sólidos, líquidos y gases, yo pienso que la consciencia es un fenómeno emergente, con propiedades que van más allá de las de sus partículas. Por ejemplo, caer en un sueño profundo extingue la consciencia, simplemente mediante una reorganización de las partículas. Del mismo modo, mi consciencia desaparecería si muriese congelado, lo que reorganizaría mis partículas de una manera más desafortunada.

Bajo este pragmatismo se rige Alcor, en Arizona, la mayor de las cuatro instalaciones de criopreservación que existen en el mundo, tres de las cuales se encuentran en Estados Unidos, mientras que la cuarta está en Rusia. Como lo explica Mark O´Conell en su libro Cómo ser una máquina:

Cientos de personas han dispuesto que sus cuerpos sean trasladados aquí tan pronto como sea posible una vez determinada su muerte clínica, para que se realicen con ellos una serie de procedimientos (incluyendo en la mitad de los casos la separación de la cabeza del cuerpo) que permitan su suspensión criónica hasta que la ciencia encuentre una manera de devolverlos a la vida.

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Todos confían que, al morir, se preservaran sus cuerpos en nitrógeno líquido, esperando el día en que alguna tecnología futura pudiera permitir su descongelación y reanimación, o en que el kilo y medio de redes neuronales que albergaban sus cráneos puedan extraerse, escanearse para recuperar toda la información que almacenaban, convertirse en código y transferirse a algún nuevo tipo de cuerpo mecánico no sujeto a la decrepitud o a la muerte o a otros defectos humanos.

Sin embargo, ¿se conservará su consciencia? Tal vez no deberíamos formular tales preguntas y actuar con ese pragmatismo mecanicista de algunos tecnológos. Tal vez estemos ante un ejemplo más de la paradoja de Teseo, según una leyenda griega recogida por Plutarco:

El barco en el cual volvieron (desde Creta) Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaron hasta la época de Demetrio de Falero, ya que retiraban las tablas estropeadas y las reemplazaban por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era.

Lo cual también puede llevarnos a preguntar si seguimos nosotros al teletransportarnos:

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