
Muchos conspiranoicos creen que la NASA trata de ocultar que en realidad nunca viajó a la Luna. O que en Marte hay caras. O que mantienen comunicación fluida con extraterrestres de Raticulín.
Leyendas aparte, lo que es innegable es que la agencia espacial norteamericana siempre ha corrido un tupido velo sobre la existencia de relaciones sexuales en el espacio. Fisiológicamente, nada impide un apareamiento en microgravedad, pero ¿los astronautas realmente necesitan sexo allí arriba?
En una vida prolongada en una estación espacial, por ejemplo, es imprescindible atender a las servidumbres fisiológicas. En todas las estaciones hay “baños”. Conocemos los ingeniosos métodos para hacer aguas mayores y menores. Pero ¿y el sexo?
Tal vez allí arriba nadie piense en el sexo. O tal vez se liberen de esas tensiones de una forma rápida y profiláctica, a pesar de que la masturbación no esté muy bien vista por ciertas religiones (según el teólogo Giordano Muraro, del Vaticano, “la masturbación es como tener un Ferrari e ir siempre en primera”).
O el de la inglesa Helen Sharman. Según su propio relato, en 1991, cuando tenía 28 años y era soltera, vivió a bordo de la Mir “fantásticas experiencias”. “Nos divertimos Mucho con ella”, confirmaron sus compañeros rusos. ¿Verdad o mentira? Incluso se dice que existe una grabación en vídeo en la que Sharman aparece flotando en la cabina vestida simplemente con un picardías rosa.
La doctora Patricia Santy, médico de astronautas y psiquiatra en la Universidad de Texas, ha sido la única en admitir oficialmente que ha podido haber relaciones sexuales en el espacio: “Vaya donde vaya la gente, el sexo seguirá”.
El periodista y astrónomo de formación Pierre Kohler, con una mirada mitad científica, mitad paparazzi, se ha preocupado de investigar las relaciones sexuales en órbita en su libro Última misión de la estación rusa Mir. Allí revela que existe una especie de kamasutra espacial, una serie de posiciones amorosas seleccionadas por ordenador que se habrían ensayado en 1996 a bordo de una nave norteamericana.
Como la sangre tienda a acumularse en la cabeza porque la gravedad que la atraía a las piernas desaparece, el déficit de riego sanguíneo dificulta la erección.
Pero todo se reequilibra en pocos días y en caso de “fallo” persistente queda el recurso del “tchibis”, una especie de pantalón inspirado en el muñeco Michelín con resultado garantizado: es mejor que la Viagra.
Sin duda, los misterios del cosmos son insondables.
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