Mujeres que ganan puntos gracias a la violencia de género (I)

Mujeres que ganan puntos gracias a la violencia de género (I)
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Ante la avalancha de casos de violencia de género que se producen en las sociedades occidentales, vale la pena echar un vistazo a otras culturas donde las cosas pueden ser mucho peores. Y mucho más raras.

Imaginad un grupo de personas cuyo estilo de vida podría considerarse el colmo del machismo y de la violencia de género. Esa sociedad existe y no se encuentra en ningún barrio de clase obrera sino en unas aldeas aparentemente conectadas con el espíritu de la naturaleza. Se trata del grupo tribal de los yanomamo, compuesto por unos 10.000 amerindios que habita en la frontera entre Brasil y Venezuela. Un pueblo que ha recibido el sobrenombre de “pueblo feroz” por parte de su principal etnógrafo: Napoleón Chagnon, de la Universidad Estatal de Pensilvania.

Una sociedad que rinde culto al príapo y a la testosterona y que desprecia al género femenino por sistema: aunque siempre se andan peleando entre ellos por cuestiones de adulterio o por promesas incumplidas de proporcionar esposas, como si la mujer, en el fondo, fuera lo más importante.

Zambullámosnos en esta fascinante sociedad que pondría los pelos de punta a Bibiana Aído o a cualquier feminista de lilas vestiduras.

Absolutamente todos los hombres yanomamo, guerreros duros y fuertes (algo así como los espartanos de 300), coléricos y aficionados a las drogas, magullan, mutilan y violan a absolutamente a todas las mujeres de la tribu. Los más feroces incluso las hieren o matan. Así que no es raro encontrar que el cuerpo de cualquier mujer yanomamo es como un mapa geográfico del dolor, lleno de arañazos, hematomas e incontables marcas de supremacía varonil.

Lo explica así Marvin Harris en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas:

Un modo favorito de intimidar a la esposa es tirar de los palos de caña que las mujeres llevan a modo de pendientes en los lóbulos de las orejas. Un marido puede tirar con tanta fuerza que el lóbulo se desgarra. Durante el trabajo de campo de Chagnon, un hombre que sospechaba que su mujer había cometido adulterio fue más lejos y le cortó las dos orejas. En una aldea cercana, otro marido arrancó un trozo de carne del brazo de su mujer con un machete. (…) Si una mujer ni obedece con bastante prontitud, su marido le puede pegar con un leño, asestarle un golpe con su machete, o aplicar una brasa incandescente a su brazo. Si un marido está realmente encolerizado, puede disparar una flecha con lengüeta contra las pantorrillas o nalgas de su esposa.

Incluso, aunque la mujer no tenga culpa de nada, si un hombre está enfadado con otro hombre, puede usar a una mujer para descargar su ira, a modo de chivo expiatorio o de punching ball emocional contra el estrés. También creen que la sangre menstrual es nociva: al tener su primera menstruación, las chicas son encerradas en jaulas de bambú y son privadas de comida.

En definitiva, los yanomamo son una sociedad en que la canción del Payo Juan Manuel, niña no te modernices, en absoluto escandalizaría a nadie.

Pero ante toda esta barbarie, ¿cómo reaccionan las mujeres? ¿Se rebelan? ¿Aceptan con mansedumbre la supremacía masculina? La respuesta es, cuando menos, chocante. La explicaré en el siguiente artículo de esta serie.

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