¿Por qué seguimos teniendo hijos si el mundo está hecho unos zorros? (I)

¿Por qué seguimos teniendo hijos si el mundo está hecho unos zorros? (I)
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En innegable que las cifras de natalidad en países como España han caído a plomo. Ya no es frecuente encontrar familias con más de cuatro hijos, y muchas parejas ni siquiera entienden que los hijos sean, como antaño, forma suprema de realización en lo afectivo. Sin embargo, la gente continúa teniendo hijos. Muchos de mis amigos ya han procreado o tienen intención de hacerlo en breve. Quizá no dos o tres churumbeles, quizá solo uno, pero están dispuestos a traer un vástago a este mundo por razones arcanas que a mí se me escapan.

Se me escapan, en primer lugar, porque yo sería incapaz de tener hijos por dos motivos que tienen que ver con mi particular forma de tomarme las cosas. El primero: o me preocuparía por ellos hasta el punto de parecerme a los padres de Canino o me despreocuparía como lo hizo el Dr. Jones respecto a Indy en Indiana Jones y la última Cruzada, el que, frente a la crítica de su hijo “tú nunca estuviste ahí”, él responde resuelto: "te fuiste de casa cuando empezabas a ser interesante”.

Los niños me gustan, no soy descendiente de Herodes, pero me gustan un rato. Y me gustan los hijos de los demás: los míos quizá heredarían parte de mis genes, y eso no lo quiero para nadie, y menos para alguien que supuestamente debo querer.

En segundo lugar, considero una aventura demasiado peligrosa lo de procrear porque el mundo está hecho unos zorros. Sí, aquí me sale mi faceta más cascarrabias y agorera: una tasa de paro juvenil por las nubes, problemas medioambientales que rozan el Apocalipsis, superpoblación, etc. Pero tal vez las cosas no sean tan negras como yo las veo, y quizás tener hijos es lo mejor que podemos hacer a escala global. Sea como fuere, vamos a ver algunos datos al respecto.

Un vistazo a…
El papel FUNDAMENTAL de ESPAÑA en la CARRERA ESPACIAL

¿Somos demasiados?

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Ya somos 7.000 millones de personas. Si las tendencias no se invierten, en 2050 seremos casi 10.000 millones. No es cuestión de espacio (si Madrid tuviera el tamaño de España, con su densidad demográfica actual, sería suficiente para albergar a toda la humanidad, y sobraría sitio). El problema se deriva de los recursos: si todos pretendemos vivir con el tren de vida norteamericano, al mundo le quedan tres o cuatro telediarios.

Pero ¿cómo le explicas a la gente que debe tener menos hijos para que todos podamos vivir mejor? ¿Cómo razonas con la necesidad biológica de procrear con tu sello de ADN estampado en la frente que quizá sería mejor adoptar, o incluso realizarse plantando un árbol o escribiendo un libro antes de tener un mini-Yo con tu mismo nombre (cuestión ésta, por cierto, que siempre me ha parecido surrealista, la de repetir nombre)?

Parece que todos los intentos de regular artificialmente la natalidad han sido un fracaso, de modo que no parece que ésta sea la estrategia más inteligente. En la década de 1970, por ejemplo, en la India se practicaron miles vasectomías de forma obligatoria, pero tal asunto causó grandes controversias entre los ciudadanos, y la el partido en el gobierno perdió el poder.

En China llevan treinta años bajo la estricta política “un hijo por familia”, que se aplica aproximadamente al 36 % de la población. Pero lo resultados distan de ser los esperados, tal y como explican Peter H. Diamandis y Steven Kotler en su libro Abundancia:

Según el gobierno, los resultados han supuesto trescientos millones menos de personas. Según Amnistía Internacional, las consecuencias han sido un aumento de los sobornos, la corrupción, las tasas de suicidio y de abortos, los procedimientos de esterilización forzosa y rumores persistentes de infanticidio. (Un niño es preferible a una niña, por lo que, según los rumores, muchas niñas recién nacidas son asesinadas).

La procreación consciente, alentada desde el neomalthusianismo, que pretendía reducir la reproducción ilimitada y el consiguiente exceso de familias numerosas que condenaba a la miseria a las numerosos clases pobres que habían surgido con la revolución industrial, no ha convencido nunca a la mayor parte de las personas.

¿Entonces? ¿Qué podemos hacer? ¿Debemos encomendarnos al azar, a las decisiones individuales y egoístas de millones de personas que no están dispuestas a sacrificarse para que otros tengan los hijos que ellos han decidido no tener por conciencia global? Tal vez haya dos caminos, pero los veremos en la próxima entrega de este artículo.

Foto | Miguel Contreras | Claude Dettloff

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