Las armas más inútiles de la historia

Las armas más inútiles de la historia
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Las películas de acción consiguen que sientas cierta fascinación por determinadas armas. No solo logran que te aprendas de memoria que el arma que dispara Terminator es una Hardballer Automatic Ami Long Slide calibre 45 y la que dispara Harry el Sucio es una Smith & Wesson Model 29. También consiguen que determinadas armas sean fetiches testosterónicos cuando aparecen en pantalla, como el bazooka que disparaba Rambo, la Minigun multicañón con una elevada cadencia de fuego (miles de balas por minuto) con el sistema Gatling de cañones rotativos accionado por un motor eléctrico que aparecía en Depredador o el explosivo plástico C4 de La jungla de cristal.

Sin embargo, también hay armas cutres. Armas que no aparecen generalmente en la gran pantalla.

Como la granada de mano nº 74, conocida popularmente en la Segunda Guerra Mundial como la “bomba pegajosa”.

El nombre le venía porque disponía de una capa de adhesivo que permitía que se pegara a la superficie de los tanques enemigos. El problema es que también solía quedarse pegada en la mano del que la usaba. De hecho era lo que sucedía habitualmente. Con razón, pues, fue el arma menos popular que se haya exigido emplear a los soldados británicos y no tardó mucho en ser retirada.

Otro desastre de arma fue un invento japonés: la llamada “bomba de embestida”, que incluía una larga pértiga y una granada provista con tres pinchos.

La teoría era que el soldado acercaba la bomba con la pértiga al tanque enemigo y procuraba que se quedara adherida con los pinchos al mismo. El problema es que, para que la bomba explotara, antes había que retirarle la espoleta, y el impulso para clavarla casi siempre hacía que la bomba explotara antes de que el soldado tuviera ocasión de ponerse a salvo.

Pero seguramente el arma más inútil de todos los tiempos es de origen ruso: el perro mina. Tal y como explica Stephen Pile en El libro de los fracasos heroicos:

La idea era entrenar a perros para que asociaran la comida con los bajos de los tanques con la esperanza de que se lanzaran hambrientos debajo de los Panzers atacantes. Luego se les sujetaban bombas al lomo. Desgraciadamente, los perros sólo asociaban la comida a los tanques rusos y obligaron a toda una división soviética a retirarse. El plan fue rechazado dos días después de que los rusos entraran en la Segunda Guerra Mundial.
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