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Tendemos a pensar que, con el transcurso de los siglos, el avance de la tecnología y el desarrollo de los derechos civiles, el ser humano cada vez emplea menos de su tiempo en trabajar y más en el ocio y el crecimiento personal. Unos cuantos años más, y quién sabe, tal vez un ejército de robots por fin nos harán prescindir de la pesadillesca jornada laboral y, sobre todo, de los pulsos cortos y repetitivos del despertador de las seis de la mañana.

¿Pero esos pulsos cortos y repetitivos no suenan como el tam tam de las antiguas galeras? ¿Tal vez lo que ocurre es que, a pesar de todo, ahora somos más esclavos del trabajo que antes?

Vamos a verlo.

Históricamente, la agricultura occidental ha ganado en eficiencia y producción incorporando un equipo cada vez más sofisticado, lo que permitía sustituir la tracción humana por el trabajo mecánico: trilladoras, enfardadoras, cosechadoras, tractores, etc. Eso también permitía limpiar otros campos y aumentar así el área de cultivo.

En Japón o China, por el contrario, los agricultores no tenían dinero para invertir en equipo. Tampoco abundaban las tierras que pudieran convertirse fácilmente en nuevos campos. Así que los cultivadores de arroz mejoraban su producción a base de inteligencia, gestionaban mejor su propio tiempo y hacían elecciones acertadas.

Como ha expuesto la antropóloga Francesca Bay, la agricultura de arroz “fomenta el desarrollo de habilidades”: si uno está dispuesto a escardar con un poco más de diligencia, a fertilizar con más criterio, a pasar un poco más de tiempo supervisando los niveles de agua, a esforzarse un poco más en mantener la capa de arcilla absolutamente nivelada, recogerá una cosecha más grande. O dicho de otra manera: los cultivadores de arroz de estas latitudes trabajaban más que casi cualquier otra clase de agricultor.

Este dato es importante. Porque si bien los cultivadores de arroz trabajaban mucho porque, a mayor esfuerzo, mayores beneficios… eso no es lo que ocurría con el resto de personas en cualquier tiempo premoderno que nos pongamos a escudriñar. Por ejemplo, los bosquimanos ¡kung del desierto de Kalahari, uno de los últimos vestigios de la vida precivilizada, subsisten a base de un rico surtido de frutas, bayas y raíces, particularmente el mongongo, un fruto seco increíblemente abundante y rico en proteínas que se obtiene sin más esfuerzo que el necesario para recogerlo de la tierra.

En resumen, ni un varón ni una mujer ¡kung trabaja más de unas 12 a 19 horas por semana. Dedican más tiempo al baile, el ocio y a las relaciones sociales con la familia y los amigos. Y es que habiendo tanto mongongo, ¿para qué uno se va a enfrascar en la agricultura?

Si saltamos en el tiempo y analizamos a un campesino europeo del siglo VIII, la situación es bastante parecida. Entonces los hombres y las mujeres probablemente trabajaran del alba al mediodía 200 días al año, lo que puede equivaler a unas 1.200 horas de trabajo anual.

En los Pirineos y los Alpes, pueblos enteros hibernaban básicamente desde las primeras nieves de noviembre hasta marzo o abril. Después de la Revolución, en Alsacia y Paso de Calais, los funcionarios se quejaban de que los viticultores y agricultores con tierras se abandonaran a la ociosidad más embrutecedora.

Pero si echamos un vistazo a la vida de, por ejemplo, un agricultor arrocero en el delta del río de las Perlas, probablemente podamos sumarle un trabajo anual de unas 3.000 horas. Porque un campesino del sur de China no hibernaba.

Los campesinos de Europa trabajaban esencialmente como esclavos mal pagados de un terrateniente aristocrático. Pero China y Japón nunca desarrollaron aquella clase de opresivo sistema feudal, porque el feudalismo sencillamente no funciona en una economía de arrozal.

Así pues, ante la pregunta de si antes trabajábamos más que ahora, la respuesta es que depende, tanto de las personas como la cultura a la que pertenecen. Antes había también muchas personas que trabajaban poco, como los hay hoy en día; así como había otras que se desriñonaban por unos beneficios míseros, también como ahora.

En ese sentido, la realidad laboral no parece haber cambiado mucho. Incluso parece haber favorecido que muchos menos podamos vivir trabajando tan poco como los ¡kung.

Vía | Fueras de serie de Malcolm Gladwell

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