No vamos a irnos muy lejos, ni geográfica ni cronológicamente. Así que activemos el condensador de fluzo y transportémonos a Inglaterra, en plena época victoriana, para empezar a comparar nuestra dieta alimenticia con la de ellos.
Lo primero que advertimos es que en aquella época disponían de una increíble variedad de alimentos. Sólo de manzanas, por ejemplo, había más de 2.000 variedades (Worcester aperada, reinata naranja de Cox, belleza de Bath, etc.). A principios del siglo XIX, Thomas Jeferson cultivó 23 tipos distintos de guisantes., y más de 250 tipos de verduras y frutas diferentes. Jefferson también fue la primera persona a la que se le ocurrió cortar patatas a lo largo y freírlas.
Esta situación es sin duda chocante porque muchos de los alimentos que ahora son exquisiteces, antes eran bastante comunes. Por ejemplo: había tantas langostas en las costas británicas que se servían como alimento a presos y huérfanos; y también se usaban trituradas como abono. Incluso los criados acordaban por escrito que no comerían langosta más de 2 veces por semana. Ahora acercaos a un restaurante a pedir un plato de langosta y alucinad con los guarismos de la cuenta.
En Nueva York pasaba lo mismo con las ostras y el caviar. Por ejemplo, el caviar se servía como tentempié en lo bares, como ahora se sirven los frutos secos: como era salado, pretendían que así la gente bebiera más cerveza. En un recetario norteamericano publicado en 1853, el popular “Home Coockery”, se menciona casi de pasada que, para mejorar la sopa de quigombó habría que incorporar 100 ostras a la olla. Olé.
Pero regresemos a Inglaterra. Bill Bryson señala el consumo medio de diferentes alimentos parangonado con el consumo actual para que nos hagamos una idea de cómo comíamos hace un siglo y poco:
más de tres kilos y medio de peras por persona en 1851 en comparación con el kilo y cuarto actual; cuatro kilos de uvas y otras frutas blandas, más o menos el doble de la cantidad que consumimos ahora; y ocho kilos de frutos secos en comparación con el kilo y medio actual. En las verduras las cifras son más sorprendentes si cabe. El londinense medio consumía en 1851 catorce kilos y medio de cebollas en comparación con los seis kilos de hoy en día; dieciocho kilos de nabos y colinabos en comparación con el kilo actual; y engullía treinta y un kilos de repollo en comparación con los nueve y medio de ahora. El consumo de azúcar era de trece kilos y medio por cabeza, menos de un tercio de la cantidad que se consume hoy en día. Por lo tanto, la sensación es que, en general, se comía bastante sano.
Para los pobres, sin embargo, la dieta era muy poco variada. En el libro “London Labour and the London Poor“, de Henry Mayhew, por ejemplo, se señala que la cena típica de un obrero era sólo un pedazo de pan y una cebolla. En “Consume Passions”, de Judith Flanders, leemos: “la dieta básica de las clases trabajadoras y gran parte de las clases medias bajas a mediados del siglo XIX consistía en pan o patatas, un poco de mantequilla, queso o beicon, té con azúcar.”
En Escocia, además, se daba la circunstancia de que no toleraban la patata, así que los trabajadores del campo de principios del siglo XIX recibían una ración media semanal de 8 kg de gachas de avena, un poco de leche, y punto pelota. Eso sí, estaban rodeados de patatas… pero preferían pasar un poco de hambre a comerla.
La patata fue desdeñada a lo largo de los cien o ciento cincuenta años posteriores a su introducción en Europa. Mucha gente la consideraba una verdura insalubre porque sus partes comestibles crecían bajo tierra en lugar de buscar la nobleza del sol. Los pastores predicaban incluso contra la patata basándose en que no aparecía mencionada en la Biblia.
Así de extraño era el mundo hace un poco más de cien años, un lugar donde la gente estaba cansada de comer langosta o caviar, donde la clase alta comía tanta o más variedad de comida que nosotros y donde la clase baja se alimentaba tan mal que apenas podía sobrevivir (o directamente morían, como los cientos de miles de irlandeses que fallecieron de hambre después de cosechas fallidas de patatas entre 1845 y 1846 por culpa de hongo llamado Phytophthora infestans… aunque ellos no lo sabían y echaron la culpa al vapor de los trenes, a la electricidad de los postes del telégrafo y a los nuevos abonos de guano que empezaban a ser populares).
Lo más importante de esta tragedia es que en la misma Irlanda había comida suficiente. El país producía grandes cantidades de huevos, cereales y carnes de todo tipo, y extraía abundantes capturas del mar, pero casi todo se destinaba a la exportación. Y así fue como un millón y medio de personas murieron innecesariamente de hambre. Fue la mayor pérdida de vidas humanas sufrida por Europa desde la peste negra.
Vía | En casa de Bill Bryson
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