El hombre que pasó 36 horas dentro de una ballena y no se llamaba Jonás

El hombre que pasó 36 horas dentro de una ballena y no se llamaba Jonás
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El siguiente personaje no responde al nombre de Jonás, aunque pasara 36 horas en las entrañas de una ballena. Su nombre es James Bartley, un marinero que apareció el 22 de noviembre de 1896 en las páginas del New York Times después de vivir lo que nadie había vivido una experiencia casi bíblica.

La razón de que pueda resultar plausible que un humano se cuele en el interior de una ballena radica en el hecho de que estas enormes criaturas usan sus barbas como coladores alimenticios, cierran la boca y expulsan el agua marina reteniendo pequeños peces. Los cachalotes tampoco mastican, a pesar de que tengan dientes. Los cachalotes se alimentan por succión, hasta el punto de que en 1955 se recuperó intacto el cuerpo de un calamar gigante de 183 kg en el interior de un cachalote varado en las Azores.

Con todo, ¿el New York Times publicó una historia amarillista o falsa?

Los efectos bíblicos

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Muchos lectores literales de la Biblia usaron durante años la anécdota de Bartley para justificar los hechos descritos sobre Jonás, plasmándolo en panfletos religiones y sermones. Tal y como ahora se hace con el cometa Halley para otros fenómenos. Sin embargo, en 1990, el profesor e historiador Edward B. Davis, del Messiah College de Grantham, Pensilvania, realizó un artículo de investigación de diecinueve páginas sobre el hecho.

Lo primero que descubrió es que el navío en el que viajaba Bartley, el Star of the East, en realidad no era un ballenero como se había referido, y ni siquiera se cazaban ballenas en las Falklands en aquella época. Nadie llamado James Bartley había estado en el barco. Y la mujer del capitán estaba convencida de que nadie de la tripulación se había perdido en el mar.

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Cuestión de estómago

Para hay otras razones biológicas por las que la historia de Bartley es imposible. Sí, un ser humano podría ser acogido por el enorme estómago de una ballena, pero no de la forma en que explicaba el rotativo: “La piel de Bartley expuesta a la acción de los jugos gástricos sufrió un cambio dramático. Se le blanquearon la cara y las manos hasta adquirir una palidez mortal, y se le había arrugado la piel, como si lo hubieran dejado a medio cocer”.

Esto, sencillamente, es imposible, tal y como explica Mary Roach en su libro Glup:

La primera parte de una ballena no segrega ningún fluido digestivo. El ácido clorhídrico y las enzimas digestivas solo se segregan en el segundo estómago, o principal. Y el paso entre el primero y el segundo es demasiado pequeño para que quepa un humano.

De acuerdo, podría ser que Bartley sobreviviera en el primer estómago sin que sufriera todas esas aberraciones dignas de una película de Alien. Sin embargo, esto también resulta altamente improbable: las ballenas “mastican” la comida con los estómagos ejerciendo hasta 500 libras de presión, la fuerza con la que un perro de cuatro kg y medio golpearía un parabrisas de un coche que circulara a 22 km por hora.

La pared muscular de la primera parte de algunas especies puede llegar a medir hasta 7,5 cm de grosor (…) me atrevería a afirmar que las posibilidades de supervivencia en el estómago de un cachalote son pocas.

Foto | CarlosVdeHabsburgo

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