Cinco heroicas (y un poco cafres) demostraciones de científicos: comiendo vómito negro, cortando por lo sano y contrayendo enfermedades venéreas

Cinco heroicas (y un poco cafres) demostraciones de científicos: comiendo vómito negro, cortando por lo sano y contrayendo enfermedades venéreas
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Los científicos no sólo son tímidos y circunspectos individuos de bata blanca que se pasan todo el día entre matraces y tubos de ensayos. También los hay que, en un conato de heroísmo no exento de cierto aire cafre, trataron de demostrar sus teorías con ellos mismos o de formas poco, digamos, decorosas o seguras. Casi como si fueran un showman de televisión.

He aquí 5 de los ejemplos más disparatados que he encontrado:

1

A finales del siglo XIX, el doctor Hildebrandt puso a prueba la eficacia de la anestesia espinal permitiendo que su colega le sometiera a diversos actos de sadismo muy gráfico, tal y como explicita Ian Crafton en Historia de la ciencia sin los trozos aburridos:

permitiendo que lo quemara, le acuchillara el muslo, le oprimiera los testículos y le golpeara las espinillas con un martillo; de este modo demostró sin lugar a dudas que no podía sentir nada de cintura para abajo.

2

Antes de que se inventara la anestesia, sin embargo, las operaciones quirúrgicas debían realizarse lo más deprisa posible para evitar sufrimiento al paciente. Por ello, el cirujano escocés Robert Liston se vanagloriaba de su rapidez con el escalpelo y la sierra de huesos, casi como si fuera una suerte de El Zorro. Y también animaba a sus estudiantes a que le observaran trabajar cronometrándole con sus relojes de bolsillo.

En una ocasión, sin embargo, quiso demostrar que era tan rápido que… en fin, apuntó la pierna de un hombre en dos minutos y medio, llevándose también consigo los testículos. El paciente murió posteriormente de gangrena, al igual que el ayudante de Liston, que perdió sus dedos ante la sierra de Liston en la misma operación frenética.

3

En el siglo XIX, el doctor Nicholas Chervin, de Gibraltar, comió el “vómito negro y sanguinolento” de víctimas de la fiebre amarilla para dejar paladina constancia de que la enfermedad no se transmitía mediante contacto humano. Sobrevivió, aunque no fue hasta muchas décadas más tarde cuando finalmente se demostró como es debido que la fiebre amarilla no se transmitía mediante contacto humano, sino a través de los mosquitos.

4

El cirujano del siglo XVIII John Hunter, se infectó con “material venéreo” para comprobar si la sífilis y la gonorrea son la misma enfermedad.

5

Otros científicos prefieren demostrar la eficacia de sus inventos de formas grandilocuentes y espectaculares, como Otto von Guericke, que para enseñar su bomba de vacío, puso en contacto dos hemisferios de cobre huecos y evacuó el aire de su interior. A continuación fijó cada hemisferio a un tiro de ocho caballos e hizo que los dos tiros avanzaran en direcciones opuestas. Los caballos no tuvieron suficiente fuerza para separar los hemisferios.

Ian Crafton añade algunos ejemplos más a esta esperpéntica lista:

De los primeros años de la revolución científica cabe mencionar a Sanctorio de Padua, que pesaba meticulosamente sus propios excrementos; a Richard Lower, que transfundió la sangre de una cabra a un hombre, y al alquimista Henning Brand, que extrajo un nuevo elemento de bocales de orina pasada.

Podéis leer una historia que tiene más de heroico que de cafre en Los dos científicos que violaron la ley para salvar una vida (con la aparición estelar de Hitler).

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