Nacido en 1791, Charles Babbage estaba en la sede de la Sociedad Analítica trabajando en una tabla de logaritmos que estaba llena de discrepancias. Frente a tantos errores humanos, Babbage señaló que ojalá todo aquello lo hubiera hecho el vapor, un método mecánico y sin errores que tabulara los logaritmos. Era 1821 cuando Babbage centró su atención en construir un cerebro mecánico que fuera capaz de hacer algo así.
No era la primera vez que alguien soñaba con construir una máquina para calcular. En la década de 1640, el matemático y filósofo francés Blaise Pascal creó una calculadora mecánica que ayudaba en el trabajo de su padre como supervisor fiscal. Treinta años después, Gottfried Leibniz trató de mejorar el artilugio de Pascal con un “calculador escalonado” que tenía la capacidad de multiplicar y dividir.
Sin embargo, la idea de Babbage era mucho más compleja. Quería construir un método mecánico para tabular logaritmos, senos, cosenos y tangentes. Así nació la “máquina diferencial”, que conceptualmente fue una auténtica maravilla. El gobierno británico se quedó asombrado con el proyecto, y en 1823 le concedió una financiación inicial de 1.700 libras, aunque a la larga invertiría más de 17.000, el doble de lo que costaba un buque de guerra. Pero el proyecto tropezó con dos problemas, a juicio de Walter Isaacson en su libro Los innovadores:
En primer lugar, ni Babbage ni el ingeniero al que contrató tenían las destrezas necesarias para conseguir que el aparato funcionara. Y, en segundo lugar, Babbage empezó a pensar en algo mejor. La nueva idea de Babbage, que concibió en 1834, era crear un computador universal capaz de realizar toda clase de operaciones distintas basadas en un programa de instrucciones dadas.
El nuevo proyecto de Babbage resultaba demasiado ambicioso para la época. Ni siquiera el gobierno británico quiso financiarla. Sin embrago, ¿qué habría ocurrido de recibir los fondos necesarios? ¿El capital humano imprescindible? ¿Babbage habría inventado un ordenador a mediados del siglo XIX? Para responder a esas preguntas primero deberíamos tomar las notas e instrucciones de Babbage y tratar de construir lo que él imaginó.
Haciendo realidad el sueño
Howard Aiken, en 1937, era un estudiante de doctorado de Harvard que estaba inmerso en realidad tediosos cálculos para su tesis de física empleando una máquina sumadora. Un día, buscando en el desván del centro de ciencia de Harvard, encontró uno de los seis modelos de demostración de la máquina diferencial de Charles Babbage, que el hijo de éste, Henry, había fabricado y distribuido.Enseguida Aiken deseó crear la versión moderna de la máquina digital de Babbage. Tras escribir un memorando de veintidós páginas a sus superiores en Harvard y a los ejecutivos de IBM, tuvo vía libre. En abril de 1941, IBM construía el Mark I siguiendo las especificaciones de Aiken en su laboratorio de Endicott, Nueva York, mientras Aiken servía en la Marina estadounidense. En 1944, al regresar a su vida civil, a Aiken le permitieron asumir el mando en el transporte de Mark I al Laboratorio de Computación de Harvard.
El Harvard Mark I tomaba prestadas muchas de las ideas de Babbage. Era digital, aunque no binario, ya que sus ruedas tenían 10 posiciones, tal y como explica Isaacson:
A lo largo de su eje de 15 metros había 72 contadores que podían almacenar número de hasta 23 dígitos y, una vez terminado, el aparato pesaba cinco toneladas y media y unos 24 metros de largo por 15 de ancho. El eje y otras partes móviles se accionaban eléctricamente. Aun así, era una máquina lenta. En lugar de relés electromagnéticos, empleaba relés mecánicos que se abrían y se cerraban por medio de motores eléctricos. Eso significaba que hacían falta unos seis segundos para resolver un problema de multiplicación, frente al segundo que tardaba la máquina de Stribitz. Sin embargo, tenía una característica impresionante que se convertiría en un elemento básico de los computadores modernos: era totalmente automática. Los programas y datos se introducían por medio de una banda perforada, y podía funcionar durante días sin intervención humana. Eso le permitió a Aiken referirse a ella como “el sueño de Babbage hecho realidad”.
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