De cómo el obsesivo hombre que quería demostrar la telepatía acabó inventando otra cosa

De cómo el obsesivo hombre que quería demostrar la telepatía acabó inventando otra cosa
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A finales del siglo XIX, los científicos ya sabían que el cerebro funcionaba gracias a la electricidad (todas las neuronas, en suma, pueden generar energía suficiente como para encender una bombilla de 20 vatios). Sin embargo, aún no eran capaces de medir las señales producidas por los grupos de neuronas.

Hasta que Hans Berger, un científico alemán nacido en 1873, se cayó de un caballo mientras servía en las tropas de caballería, y fue a parar a las ruedas de un cañón del que tiraban unos caballos.

Poco después de aquel accidente, Berger recibió un telegrama de su hermana para preguntarle si se encontraba bien. Era el único telegrama que Berger recibía de su familia y, según su hermana, se vio impulsada a enviárselo porque había sentido que algo malo le había pasado.

¿Existe la telepatía?

Berger estaba convencido que, de algún modo, su accidente había sido transmitido telepáticamente a su hermana. Y, desde entonces, decidió consagrar su vida a demostrar que, en efecto, la telepatía existía.

Para conseguirlo, se enfrascó en la construcción de lo que él denominó “espejo del cerebro”, un sistema de sensores que se podría situar sobre el cráneo de una persona a fin de medir las diminutas cantidades de electricidad que generaban las neuronas.

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Estas son las ondas cerebrales de la hija de 14 años de Berger mientras calculaba 196 entre siete.

Tras pasarse casi veinte años encerrado en su laboratorio, día tras día trabajando en su proyecto, si desviarse nunca de su rutina, sin perder el tiempo en asuntos cotidianos, por fin pudo anunciar que era capaz de medir las ondas cerebrales. Berger había concebido el primer electroencefalograma (EEG) del mundo.

La comunidad científica, sin embargo, fue reacia a aceptar este hallazgo, porque se creía imposible que se pudiera medir la electricidad del cerebro. Repudiado, Berger se retiró de mundo académico en 1938, y en 1941 se suicidó tras pasar por una larga depresión. Tal y como explica Richard Wiseman en su libro Escuela nocturna:

Berger nunca demostró la existencia de la telepatía. En su lugar, dejó un legado mucho más admirable y tangible. Los académicos de todo el mundo acabaron por darse cuenta de que había conseguido un auténtico logro, y empezaron a considerar con más atención su asombroso invento.

Berger fue, además, un tipo lleno de claros y oscuros, como señala un nuevo estudio sobre su vida: “Los descubrimientos de Berger con la electroencefalografía fueron rompedores, pero colaboró con el Tercer Reich. Las omisiones en las biografías pueden ser el resultado de un intento deliberado de encubrir el pasado nazi”.

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