¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche? (I)

¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche? (I)
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Sobre todo se pueden escuchar estas frases en el contexto de un bar: ay, si yo gobernase el mundo; ay, si me dejaran a mí tomar las riendas de mi empresa; ay, si dependiera de mí tal o cual cosa. O la más común de todas: la mayoría de gente no tiene ni repajolera idea de conducir (o cualquier otra cosa). (Nótese que el dueño de esta frase probablemente se excluirá del grupo de “los que no saben).

Una simple estadística nos permitiría deducir, pues, que la mayoría de gente es mejor que la mayoría de gente, algo que resulta de todo punto imposible. Es decir, que la mayoría de gente miente. O más bien: la mayoría de gente tiende a creer que es mejor que los demás.

Los psicólogos que examinaron un estudio llamado Inventario de Personalidades Narcisistas, que ha calibrado durante las últimas décadas los indicadores narcisistas de la sociedad (midiendo reacciones como las frases que inician este post), revelaron que en 2006 dos terceras partes de los encuestados obtuvieron puntuaciones más altas que en 1982. Lo cual sugiere que así es: la gente acostumbra, más que nunca, a tener una visión positiva e inflada de sí misma.

Gracias a esta estadística se pudo establecer una correlación quizá demasiado aventurada, aunque tiene bastante sentido: justo en esa época, las encuestas también revelaron que la carretera se había convertido en un entorno menos agradable.

El tráfico, un sistema que requiere conformidad y cooperación para funcionar en su mejor versión, se estaba llenando de personas que compartían un pensamiento común: “Si yo gobernara la carretera, sería un lugar mejor.” Cuando, a pesar de todo, topamos con un feedback negativo en la carretera, tendemos a encontrar modos de excusarlo u olvidarlo con rapidez. Una multa es un raro incidente que uno atribuye rezongando a que los agentes de policía deben “cumplir su cuota”; el bocinazo de otro conductor es motivo de ira, no de vergüenza o remordimiento; un accidente podría verse como pura mala suerte.

Nuestro cerebro está diseñado para evidenciar más fácilmente los errores de los demás (mira que te lo dije, déjame que te dé un consejo, mira que es mala persona, yo nunca haría algo así) y no tanto nuestros propios errores. Con independencia de nuestro historial de conducción, si en una encuesta nos preguntan qué tal conducimos, probablemente afirmaremos sin dudar: bien. Incluso por encima de la media.

En la próxima entrega de este artículo sobre la viga del ojo ajeno y la paja en el propio os referiré algunos experimentos que refuerzan esta idea.

Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt

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