No es muy probable que un niño que vea morir a sus padres acabe convirtiéndose en Batman, pero en la década de 1960, el psicólogo Marvin Eisenstadt empezó a buscar patrones y tendencias entre innovadores, artistas y emprendedores, encontrando que un número elevado de ellos había perdido a sus progenitores durante la infancia.
Eisenstadt había tomado una muestra pequeña, pero la idea de que había un vínculo poderoso entre logro profesional y duelo ya había esbozada una década antes en estudios de la historiadora de la ciencia Anne Roe (con biólogos, y más tarde con poetas y escritores): más de la mitad había perdido a su padre o su madre antes de cumplir los quince.
Así que Eisendadt empezó a obsesionarse con la idea, yendo un poco más allá. Analizó entonces a todos las personas que al menos tenían más de una columna en la Enciclopedia Británica y la Enciclopedia Americana. Ésta sería su medida del éxito, al menos más de una columna. Así surgieron nombres que iban desde Homero a John F. Kennedy.
De las 573 personas célebres sobre las que encontró una biografía fiable, una cuarta parte había perdido al menos a uno de sus progenitores antes de cumplir los diez años.
A los quince años, el 34,5 % se había quedado huérfano de alguno de sus padres. A los veinte años, el 45 %. Incluso dadas la esperanza de vida previa al siglo XX, tales cifras resultaban significativas.
La historiadora Lucille Iremonger también descubrió que entre los primeros ministro ingleses desde el siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, el 67 % había perdido a uno de sus padres antes de los dieciséis años, una cifra que doblaba el porcentaje de huérfanos en el mismo período de los miembros de la clase alta británica, el segmento socioeconómico del que procedía la mayor parte de los primeros ministros.
¿La genialidad nace del dolor?
Perder a un padre constituye una experiencia devastadora para un niño. El psiquiatra Felix Brown sugiere que los presos tienen dos y tres veces más probabilidad de haber perdido a uno de sus progenitores que el resto de la población.
Pero perder a un padre también parece tener una parte positiva, tal y como explica Malcolm Gladwell en su libro David y Goliat:
Hay un pasaje fascinante, por ejemplo, en un trabajo escrito por el psicólogo Dean Simonton, donde trata de entender por qué tantos niños superdotados no llegan a desarrollar sus talentos precoces. Una de las razones, concluye, es que han “heredado una cantidad excesiva de salud psicológica”. Los que terminan defraudando, dice, son niños “demasiado convencionales, demasiado obedientes, demasiado cuerdos como para eclosionar con una idea revolucionaria”. Y continúa: “Los niños más dotados y los niños prodigio parecen más propensos a aparecer en un entorno familiar muy alentador. Por el contrario, los genios tienen una perversa tendencia a crecer en las situaciones más adversas”.
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