
No es la primera vez que os hablo de lo mal diseñados que están nuestros sentidos para registrar la realidad (más bien parece que la reconstruye a su conveniencia).
Y es que no podemos evitar adjudicar demasiado crédito a nuestros sentidos a la hora de determinar si una cosa es cierta o no. Algo que no ha sido subsanado del todo con la llegada de la tecnología de la imagen: mucha gente ha trasladado esta fe en lo que percibe a las fotografías o los vídeos, como pone de manifiesto las inmensas colecciones audiovisuales de supuestos ovnis extraterrestres, monstruos criptozoológicos o fantasmas.
Sin embargo, también deberíamos tener reservas de esta clase de imágenes, sobre todo si violan los principios de lo que consideramos como verdadero o plausible.
Así pues, las imágenes pueden sacarnos de muchos errores. Pero también pueden meternos en otros.
Como sucedió en la primera guerra del Golfo, cuando la Fuerza Aérea Estadounidense envió dos escuadrillas de cazas F-15E Strike Eagle para encontrar y destruir los misiles Scud que Irak disparaba contra Israel.
Los cohetes se lanzaban, sobre todo de noche, desde tractores-tráiler modificados que se desplazaban furtivamente por un área de unos mil kilómetros cuadrados en el desierto occidental del país. El plan era que los cazas patrullaran esta área desde el ocaso hasta el amanecer. Cada vez que se lanzaba un Scud, su estela iluminaba el firmamento.
Los cazas seguían las estelas de lanzamiento para localizar el objetivo mediante un sofisticado dispositivo de 4,6 millones de dólares llamado navegador LANTIRN con teleobjetivo, capaz de tomar una fotografía infrarroja de alta resolución de una carretera de 8 kilómetros situada bajo el avión.
Los mandos estaban alborozados: según los datos, se habían logrado inutilizar un total de 100 plataformas de lanzamiento de Scuds. Pero esa estimación se basaba en una conjetura cimentada en una imagen. En nada más. Cuando posteriormente, terminadas las hostilidades, un equipo de la Fuerza Aérea evaluó la eficacia de estas campañas aéreas… se descubrió que el número real de plataformas destruidas era 0.
¿Cómo era eso posible? Os lo explicaré en la próxima entrega de este artículo.
Vía | Lo que vio el perro de Malcolm Gladwell