Un placebo es una sustancia que carece de acción curativa pero produce un efecto terapéutico si el enfermo la toma convencido de que es un medicamento realmente eficaz. Ya a principios de siglo, los investigadores conocían este efecto. Así que, durante la Segunda Guerra Mundial, fue aprovechado por algunos médicos.
Por ejemplo, el anestesista estadounidense Henry Beecher, destacado en el frente, usó el placebo con soldados heridos porque no tenía suficiente morfina para calmar el dolor de todos.
Morfina
Mientras las fuerzs aliadas repelían los ataques nazis durante la Segunda Guerra Mundial, los servicios médicos solían quedarse con analgésicos basados en opiáceos debido al alto número de heridas que sufrían los soldados. Como Beecher temía matar a los soldados al causar posibles paros cardíacos si los operaba sin recurrir a un analgésico, probó una solución alternativa.
Tras decirles a los soldados que iba a suministrarles morfina, cuando en realidad no era así, sino simplemente un líquido desprovisto de cualquier efecto analgésico, descubrió que los pacientes reaccionaban como si realmente hubieran recibido morfina.
Beecher, autor de The Powerful Placebo (1955), sorprendió a la comunidad médica al estudiar de forma científica este efecto. Un estudio realizado por el Sistema de Salud de la Universidad de Michigan, por ejemplo, explicaba los fuertes efectos fisiológicos que presentan algunos pacientes al uso de placebos.
En la década de 1990, científicos como Irving Kirsch se convirtieron en líderes de la investigación de los efectos del placebo. Un efecto que no solo cambiaba cómo se sentía el paciente, sino que llegaba a tener efectos físicos comprobados: por ejemplo, podía devolver a un estado normal una mandíbula inflamada o curaba una úlcera estomacal, tal y como explica Johann Hari en su libro Conexiones perdidas, que cuestiona la eficacia de muchos antidepresivos, a los que sitúa a un nivel similar de un placebo:
Los números mostraron que el 25 % de los efectos de los antidepresivos se debía a una recuperación natural, un 50 % al relato que te habían contado en torno a ellos, y solo un 25 % a las sustancias químicas propiamente dichas.
Un estudio en el Reino Unido revela que el 97% de los médicos ha admitido haber dado al menos una vez algún tipo de placebo a sus pacientes, bien por petición del propio paciente o bien por iniciativa propia para tratar de tranquilizarlo.