Identificar fenómenos sobrenaturales fidedignos es una tarea que excede claramente nuestras competencias sensoriales individuales, e incluso colectivas. En otras palabras: para que un fenómeno sobrenatural se certifique como tal no basta con que los veamos, ni siquiera es suficiente que lo vean miles de personas.
Afortunadamente, las cosas dejaron de ser así hace muchos años, a raíz de la revolución científica y epistemológica,así como la concepción falible de nuestros sentidos, así como la capacidad de nuestro cerebro para el engaño, el autoengaño y la incapacidad de aceptar ideas que colisionen con prejuicios o deseos.
Los hechos sobrenaturales, para ser tales, deben consignarse a través de estrictos protocolos de verificación. La ciencia, en ese sentido, es el equivalente de las gafas, el telescopio o el microscopio, una actividad extra-mental que está menos influida por intuiciones, creencias y manías.
Cuando alguien pregunte, pues, si existen los fantasmas, invitadle a que revise los experimentos al respecto, y que no confíe ni en su juicio ni en el juicio de los demás.
Antes de la instauración esta forma de pensamiento tan contraintuitiva (no nos podemos fiar de nosotros mismos ni de los demás para saber la verdad sobre las cosas), es natural que entonces descubramos la barbarie que guiaba la gestión de cualquier fenómeno sobrenatural. Por ejemplo, la brujería.
Por ejemplo, es célebre el caso de las brujas de Pendle, de 1634, que fueron llevadas a Londres para un examen físico por parte de un jurado de cirujanos y comadronas bajo la dirección de William Harvey, un médico privado del rey Carlos I.
Si bien Harvey tenía un proceder científico encomiable para la época (fue un pionero en la descripción de la circulación de la sangre, con permiso de Miguel Servet), tomaba por cierto una idea sin ningún sustento científico: que las brujas podían identificarse por la presencia de determinadas marcas, como un pezón en un lugar inconveniente, pues dicho pezón podía servir para amamantar al diablo.
Si recordáis mi artículo sobre pezones que aparecen en sitios inauditos, descubriréis que esto nada tiene que ver con la brujería: Mujeres que tienen tres pechos... y cuatro, y cinco...Así pues, Harvey se enfrentó a la identificación de las brujas de Pedley de esta guisa:
En el cuerpo de Janet Hargreaves, Frances Dickinson y Mary Spencer, nada que no sea natural ni en sus secretos ni en ninguna otra parte de su cuerpo, ni nada parecido a una tetilla o marca ni ninguna señal de que una tal cosa haya existido nunca.
En el cuerpo de Margaret Johnson encontramos dos cosas que pudieran calificarse de tetillas, una entre sus secretos y el trasero en el borde del mismo, la otra en medio de su nalga izquierda. La primera por su forma se parece al pezón de una bruja, pero a nuestro juicio no es nada más que la piel dilatada como lo estaría después de las almorranas o de la aplicación de sanguijuelas. La segunda es como el pezón o tetilla del pecho de una mujer, pero del mismo color que el resto de la piel y sin ningún hueco o canal para la salida de sangre o jugo que pudiera proceder de allí.
En consecuencia, tras el análisis científicos de Harvey, las acusadas por brujería fueron perdonadas por el rey. Pero por los pelos. Porque el proceder de Harvey, si bien trata de resultar exhaustivo y objetivo, partía de ideas sin ningún sustento científico que simplemente habían cristalizado en la sociedad porque un grupo lo suficientemente numeroso de personas creyó que así era.
Afortunadamente, la ciencia ya no progresa así, aunque en 1861 el senador Simon Cameron, de Pensilvania, no le encontrara mucho sentido a la misma ciencia, sobre todo si tenían que financiarse:
Estoy cansado de esta especie de cosa llamada ciencia. Nos hemos gastado millones en esta especie de cosa durante los últimos años, y ya es hora de terminar con ello.
Habría que examinar si Cameron tenía alguna tetilla por ahí oculta.
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