Tres cosas que me gustaría estamparme en una camiseta

Tres cosas que me gustaría estamparme en una camiseta
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Hay ideas sencillas, aunque su sustrato sea tremendamente complejo, que a menudo se pierden por el sumidero de la memoria, de los quehaceres cotidianos, de la inercia zombi. Son ideas que merecen, a mi juicio, ser recordadas. Por eso, si tengo la oportunidad, me gustaría estamparlas en una camiseta.

Pero no de la forma en que se estampan las camisetas (es decir, para enseñárselo a los demás), sino al revés, para que las letras se lean del derecho cuando me mire a un espejo.

Primera idea

No todas las culturas merecen respeto. La cultura no es más que un conjunto de instrucciones que se ha perpetuado durante generaciones por motivos que no necesariamente son el pragmatismo, la verdad o la bondad. Así que toda cultura, cualquier mínima manifestación cultural, de hecho, puede y debe someterse a escrutinio.

En la misma línea, las tradiciones no son más o menos respetables por el hecho de serlo, porque solo constituyen actos mecánicos que se repiten sin que se plantee constantemente la convenciencia de hacerlo. Es decir, que las tradiciones, en sí mismas, si acaso son menos respetables que respetables por el hecho de que no están sujetas a las mismas exigencias de otros actos.

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Segunda idea

No es lo mismo saber que no eres libre que no ser libre. A menudo se aduce, para neutralizar la primera idea, que en todas las culturas cuecen habas, que todas son imperfectas, y que por eso no somos nadie para criticar otra cultura que no es la nuestra. Que debemos, en suma, respetar la diversidad, porque la diversidad es buena per se.

El ejemplo paradigmático para sustentar esta tesis es: una mujer atrapada en un burka seguramente también podría sentir compasión de una estadounidense sometida al rigor de las dietas hipocalóricas, los vaqueros ceñidos a precio de oro y los tacones que provocan problemas de espalda.

Este ejemplo, sin embargo, solo pone de manifiesto lo obvio: que el ser humano no es una criatura libre, y que en el fondo somos conglomerados de células con una directriz genética elemental: obtener reputación para conseguir la mejor pareja sexual posible a fin de perpetuar nuestro ADN. Y también es obvio que las mujeres del burka están más jodidas, en ese aspecto. Ambas mujeres están sujetas por grilletes, pero la civilización no es tanto la liberación de grilletes como lograr que estos sean flexibles, como gomas elásticas, para permitir más capacidad de movimiento.

Una flexibilidad que permite que incluso las propias víctimas puedan quejarse, satirizar, cuestionar. Una estadounidense tiene la posibilidad de bajarse de la noria y no adelgazar ni ponerse tacones: lo pasará mal, pero infinitamente menos mal que la mujer que renuncie al burka (real o metafórico). Todo se puede comparar, pero me quedo con la falta de libertad moderna antes que permitir que las hordas del siglo catorce vengan por portal temporal al siglo XXI para comparar su falta de visión del mundo con la mía.

Tercera idea

Nos obsesiona tanto la idea de qué es estar vivo o de perpetuar la supervivencia que olvidamos a menudo que estar vivo ya no es tanto una cuestión biológica como mental. Para determinar muerte cerebral se exige que se mantengan durante treinta minutos al menos durante seis horas después del inicio del coma que no haya respuesta cerebral, o que no haya respiración espontánea, o dilatación fija de las pupilas, o ausencia de reflejos cefálicos, o electroencefalograma plano. ¿Para cuando algo similar para evaluar la condición intelectual?

Para conducir un automóvil se necesita un carnet de capacitación. ¿Por qué no un carnet para conducirte por la vida? No es tan descabellado que, por ejemplo, el voto de un individuo que no se ha esforzado intelectualmente lo suficiente para obtener dicho carnet o no ha superado unas mínimas pruebas de comprensión del programa electoral, valga menos que el voto de alguien que sí lo ha hecho. Sí, la democracia no dice eso, pero que sea el médico o el piloto de un avión comercial el que tome decisiones frente a subalternos es permisible. Seguro que encontramos una forma de hacerlo permisible en las decisiones políticas.

Son estampas sencillas, sujetas a crítica o discusión, pero, oye, al menos me parece más interesantes que el número de uno de esos multimillonarios que corren tras un trozo de cuero esférico mientras miles de personas les jalean.

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