No entiendo nada de lo que dices o las conclusiones del Círculo de Viena

No entiendo nada de lo que dices o las conclusiones del Círculo de Viena
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En las universidades se estudian a filósofos que escriben de una manera tan complicada que no se entiende nada. ¿No me creéis? Como muestra, un botón:

El sonido es el cambio en la condición específica de la segregación entre las partes materiales y la negación de esta condición; meramente una abstracción o una idealidad ideal, como si dijéramos, de dicha especificación. Pero este cambio, por tanto, es en sí la negación inmediata de la subsistencia específica; que es, por tanto, idealidad real de gravedad y cohesión específicas, es decir, calor. El calentamiento de cuerpos sonoros, al igual que el de los golpeados o frotados, es la aparición de calor, originado conceptualmente junto al sonido.

Este fragmento corresponde a Hegel.

Hegel escribe una jerga que no tiene sentido fuera de un café parisino muy chic, o del departamento de humanidades de una universidad particularmente aislada del mundo real (el fragmento, por cierto, ya fue en su día denunciado por oscuro por parte del filósofo de la ciencia Karl Popper, que sí escribe clarito aunque ofrezca pensamientos más complejos que Hegel)

Pero, al menos, Hegel no siempre es tan oscuro y, hasta cierto punto, es menos peligroso que pensadores contemporáneos como Derrida (uno de los peores), o los popes de la sociología constructivista de la ciencia (Barnes, Bloor, Collins, Latour…) o los (o las) del subgrupo feminista constructivista (Haraway, Harding, Keller…).

Todos ellos se adscriben a la corriente intelectual caracterizada por el rechazo más o menos explícito de la tradición racionalistas de la Ilustración, mediante discursos teóricos desligados de cualquier comprobación empírica, y por un relativismo cognitivo y cultural que no considera la ciencia más que una “narración”, un “mito” o una construcción social.

Afortunadamente, hubo un momento del siglo XX en el que la ciencia se desligó completamente de todos ellos y trazaron una línea. Aquí nosotros, allí vosotros (por mucho que uséis palabrería científica del tipo fractal, cuántico, entropía o termodinámica).

Ese momento fue en la década de 1930, concretamente con un grupo de físicos, el llamado Círculo de Viena (Wiener Kreis en alemán), el origen del desarrollo de las ideas de Popper, Wittgenstein (en su fase tardía), Carnap y otros. Según su opinión, el pensamiento literario podía ocultar una gran cantidad de sinsentidos biensonantes pero nada relevantes para alcanzar la verdad. La retórica, pues, está prohibida en un texto de análisis científico (aunque todavía persisten en los análisis de ciertas ramas de las ciencias sociales o ciertos filósofos-cuenta-cuentos-chinos).

Lo explica mejor que yo Nassim Taleb:

La forma que utilizaron para introducir el rigor en la vida intelectual fue declarando que una afirmación sólo podía pertenecer a una de dos categorías: “deductiva”, como “2 + 2 = 4”, es decir, que surge de manera incontrovertible de un marco axiomático definido con precisión (aquí las reglas son aritméticas), o “inductiva”, es decir, verificable de alguna forma (por la experiencia, la estadística, etcétera), como “en España llueve” o “los neoyorquinos son, por lo general, maleducados”. Cualquier otra cosa era simple y llanamente desperdicios puros (la música podría sustituir mucho mejor a la metafísica). (…) era un buen punto de partida el empezar a responsabilizar a los intelectuales para que ofrecieran cierta forma de evidencia sobre sus afirmaciones.

Una forma fácil de distinguir a un intelectual literario de un intelectual científico es que el intelectual científico puede reconocer normalmente la forma de escribir de otro intelectual científico, pero un intelectual literario no será capaz de ver la diferencia entre los garabatos escritos por un científico y la palabrería de un no científico.

Demos gracias, pues, al Círculo de Viena. Gracias a ellos ahora la ciencia se plantea con claridad expositiva (aunque con densidad infinita de ideas), a pesar de que los intelectuales de otras ramas continúen con sus bengalas estilísticas, pareciendo que dicen mucho pero sin decir nada.

Vía | ¿Existe la suerte? de Nassim Taleb

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