¿Por qué la medicina alternativa, la tradicional china y demás es cualitativamente inferior que la medicina convencional o alópata? (I)

¿Por qué la medicina alternativa, la tradicional china y demás es cualitativamente inferior que la medicina convencional o alópata? (I)
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Mi intención con esta serie de artículos de título provocativo es sostener que las medicinas alternativas, tradicionales chinas, hindúes y demás, así como los remedios y trucos de la abuela, son cualitativamente inferiores a la medicina científica o alópata (aclaro, no obstante, que la medicina actual no es perfecta, y que también hay médicos que se pasan el código deontológico por el arco del triunfo).

Soy consciente de que la postura defendida en este artículo es poco popular, así que para evitarme los consabidos comentarios, también aclaro: sí, este artículo es una opinión personal fundada en diversas lecturas sobre el tema. Y también: no es un tema cerrado ni dispongo de la verdad absoluta, de modo que ahí están las comentarios a fin de que maticéis, enriquezcáis e incluso neguéis lo aquí expuesto. Y si podéis hacerlo sin insultar a nadie, tanto mejor.

Sin embargo, espero que el artículo os azuce a buscar información por vuestra cuenta, a buscar fuentes diversas y a leer un poco de epistemología.

Dicho lo cual, vamos al meollo.

Empezaré con una pequeña defensa de algunas facetas de estos conocimientos médicos tradicionales. La abuela no siempre andaba errada: después de todo, sus remedios se basaban en experiencias acumuladas a lo largo de generaciones. Sin ir más lejos, lo de la sopa de pollo que nos sugería la abuela ha sido avalado por la Universidad de Nebraska en una investigación de Stephen Rennard: su inhalación drena las fosas nasales, alivia el dolor de garganta, previene la deshidratación y es antiinflamatoria.

Si tenéis tos, una cucharadita de miel también tiene efectos beneficiosos: calma la tos, tiene efectos antivirales y antioxidantes, etc.

Algunas plantas también poseen efectos curativos comprobados: el tomillo (para el estreñimiento), el clavo (antioxidante), la salvia (un equipo del CSIC evalúa su aplicación terapéutica en tratamientos oncológicos), etc. El áloe vera, tomada en zumo, es un excelente diurético y combate la úlcera estomacal, la artritis o la tensión alta.

Con todo, los remedios tradicionales (generalmente antiguos e inmutables) se basan en experiencias e intuiciones generales. Por tanto, comparar los remedios tradicionales con la medicina es como equiparar un niño jugando al Exin Castillos y un arquitecto. La medicina contemporánea y científica posee un nivel de rigor de la que ha carecido la medicina tradicional: experimentos de tamaño muestral considerable, grupos de control, estudios multicéntricos, aleatorización, doble (y triple) ciego, estadística, etc. (Si queréis profundizar en todos estos términos, os recomiendo la lectura del divertido artículo Estudios científicos: cómo detectar una chapuza. Es decir, mayores garantías.

Sin embargo, la gente de la calle (generalmente sin estudios en medicina) desdeña todo este avance y rigor técnico, creyendo que lo natural siempre es mejor que lo artificial (craso error) o que la medicina es mecanicista, reduccionista y antihumana (cierto, pero ello no es malo sino condenadamente bueno).

Este punto es más importante de lo que parece. Cuando los defensores de la “curación holista” critican la ciencia dominante porque ignora las supuestas pruebas a favor de la homeopatía, la curación gracias a plegarias distantes y demás, en realidad lo que critican en el CONTENIDO de la ciencia contemporánea, no su epistemología o su metodología. De hecho, apoyan sus ejemplos con datos científicos vigentes: experimentos, observaciones, pruebas clínicas, deducciones a partir de teorías aceptadas, etc. Sin embargo, la calidad de todos estos datos es ridículamente baja en comparación con la generalidad de la medicina científica actual.

Por ejemplo, leamos cómo mezcla la ciencia oficial con la tradicional una catedrática honorífica de enfermería en el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado y ex presidenta de la Liga Nacional de Enfermería, Jean Watson:

Los buditas tibetanos (…) creen que el pensamiento es infinitamente poderoso y que domina sobre la materia. La física cuántica está dando cada vez más crédito a esta idea; en otras palabras, la energía infinita puede ser un atributo de una onda vibratoria infinitamente corta; es decir, la energía atribuida a los procesos psíquicos aporta nuevas maneras de entender las interacciones entre la mente y el cuerpo.

La física cuántica, por supuesto, no da crédito a ninguna de estas ideas extravagantes (y dudo seriamente de que lo haga alguna vez en el futuro).

En la siguiente entrega de este artículo os pondré otro ejemplo sobre ello.

Vía | Más allá de las imposturas intelectuales de Alan Sokal

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