
Si os gusta la sal, no podéis dejaros en el tintero (o en el salero) el mayor desierto de sal del mundo, que a la sazón también constituye el mayor espejo natural. El Salar de Uyuni está situado en el altiplano de Bolivia y fue formado a partir de un lago prehistórico de tamaño considerable.
12.000 kilómetros cuadrados posee la superficie de este desierto que se parece a un lugar arcádico situado en el más allá. Alberga 64.000 millones de toneladas de sal. Y la luz del sol sobre la superficie mojada que deja la estación húmeda convierte el suelo en un reflector que hace difícil averiguar donde empieza la tierra y donde, el horizonte; algo así como lo que sucede en un día muy limpio en mitad del océano.
El espejo natural que nos viene a la cabeza siempre que pensamos en un espejo natural es el de la superficie de un estanque, que es donde, por ejemplo, se encaramó Narciso para contemplar su belleza y terminó ahogado. Pero uno no puede andar sobre un estanque, a menos que sea Jesucristo. Esto no sucede en Uyuni, donde la gente camina observando su reflejo en todo momento, como una sombra perfecta (aunque una visión contrapicada de nuestra cara no acostumbra a ser muy favorecedora, sobre todo si hemos cometido demasiados excesos calóricos). Drácula no sentiría nada especial en este lugar, pero sí la bruja de la Bella Durmiente y su obsesión por preguntar acerca de su belleza a los espejos. Alicia, si atravesara este salar, probablemente acabaría en un universo alternativo aún más extraño que el que acogía la sonrisa evanescente del gato de Cheshire.
Sin embargo, aunque sea el menos conocido, el espejo natural que origina la sal ligeramente humedecida por una finísima capa de agua no tiene rival. Por ejemplo, supera en 5 veces la reflexión ofrecida por la superficie del océano. Tanto es así que la mayoría de los satélites de imagen que son lanzados al espacio se enfocan en Uyuni para calibrar sus antenas e instrumentos fotográficos, como si fueran bellas durmientes tecnológicas preguntándole al gran espejo quién es la más bella del reino.
A diferencia de la sal de mesa, estas sales naturales son un descanso para los hipertensos, pues su nivel de sodio es menor. También se han convertido con los años en un recurso gastronómico de los cocineros más famosos del mundo, ya sea sola o con motas de finas hierbas, pétalos de rosa o cáscara de naranja. Si la extracción se hace de forma manual y se evitan los procesos de lavado industrial, entonces este grano blanco tan anodino se convierte en un aditamiento muy especial: los más sibaritas aseguran que esta sal no cruje sino que se deshace en la boca y potencia mucho más el sabor de los alimentos. Habrá que tenerlo en cuenta la próxima vez que echemos mano de la cajita de sal Maldon.