¿Se están perdiendo los valores? ¿Qué valores?

¿Se están perdiendo los valores? ¿Qué valores?
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No hay día en que se oiga en un medio de comunicación la letanía “se están perdiendo los valores” o “los jóvenes de hoy ya no respetan nada”, un mantra que todo el mundo parece aceptar y que sirve, entonces, para introducir toda clase de falacias estadísticas: como que los jóvenes de ahora son más violentos que los de antes, o que la sociedad en general está sumida en decadencia moral.

Basta con echar un ojo a los índices de homicidios de cualquier país civilizado para comprobar que las personas tienden, cada vez menos, a matar al prójimo. Si bien es cierto que en 1960 hubo un repunte brutal de homicidios en Estados Unidos y Europa, la curva, en general, siempre ha sido descendente.

Los jóvenes de antes, pues, eran más violentos y faltos de empatía que los de ahora. Y, bueno, siempre han existido voces que hablaban de la decadencia moral, sobre todo de las nuevas generaciones: Aristóteles decía “Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral.” Platón abundaba en ello: “¿Qué está ocurriendo con nuestros jóvenes? Faltan al respeto a sus mayores, desobedecen a sus padres. Desdeñan la ley. Se rebelan en las calles inflamados de ideas descabelladas. Su moral está decayendo. ¿Qué va a ser de ellos?”. Incluso podemos ir 4.800 años atrás en el tiempo y leer las siguientes inscripciones de una tablilla asiria: “En estos últimos tiempos, nuestra tierra está degenerando. Hay señales de que el mundo está llegado rápidamente a su fin. El cohecho y la corrupción son comunes”.

A esto se suma la dificultad que implica definir qué son los valores. Si asumiéramos esta supuesta pérdida de valores, ¿a qué valores nos estaríamos refiriendo? Tal vez se estén sustituyendo unos valores por otros, ¿sabemos a ciencia cierta que los de antaño eran mejores que los de hogaño? Si partimos de la base de que los valores correctos no deben sustituirse por otros valores, ¿entonces habría existido alguna clase de evolución en los valores vigentes de cualquier época? ¿Dejar de tratar a los negros o a las mujeres como infrahumanos no supuso la pérdida de determinados valores?

Además, los expertos de ciencias sociales (con demasiadas variables que controlar) que afirman que los jóvenes de ahora son más violentos que los de antes aducen causas ambivalentes y poco concretas: porque son muy mimados, porque no tienen suficiente atención de los padres, porque viven en familias desestructuradas, porque viven en familias acomodadas que se creen superiores a quienes mortifican, etc. Todo vale, tanto una cosa como la contraria. Pero nadie alcanza a dar una razón unívoca y estadísticamente significativa. Tal vez porque no es verdad que los jóvenes de ahora sean más violentos que los de antes.

Hay un factor que no es causa, pero sí que es poéticamente significativo. Ya que científicamente no pueden aclararse los motivos del repunte de violencia en determinados jóvenes (sí es cierto que hay jóvenes más violentos y descarnados, pero no ocurre de forma generalizada… y tampoco antes había tanta cobertura mediática para denunciarlo), asumiendo eso, digo, que haya un repunte de violentos, entonces podríamos acogernos a la poesía para reflexionar de otro modo sobre el problema: la infancia nunca fue de los niños, la infancia siempre fue de quienes la perdieron.

Determinados colectivos han luchado y sangrado para obtener su cuota de protagonismo en la historia. Las mujeres a fin de recibir el mismo trato que los hombres. Los negros, tanto de lo mismo. Todos ellos ambicionando más libertad. Una vez obtenida ésta, los efectos secundarios pueden ser nocivos… pero nunca debemos olvidar lo obtenido en primera instancia. Bajo esta misma lógica, quizá ha llegado el momento de que niños y jóvenes empiecen a reclamar también su pequeña cuota de protagonismo que siempre les fue negada. Y también su pequeña cuota de poder. De esos niños, que les ha llegado su momento de rebelión como tantos otros colectivos, hay unos, una minoría que mediáticamente tiene mucho eco, que manifiestan su frustración a través de la violencia.

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Porque, a pesar de que los videojuegos violentos son ya un pasatiempo esencial, que disponemos de pornografía bizarra a través de Internet, que determinado cine es más explícito que nunca con la hemoglobina y el cuestionamiento moral y religioso, la violencia real no ha hecho más que disminuir.

Los seguidores de música punk, heavy o hip hop, con pintas que producen miedo cerval, botas militares, piercings, mirada fría y demás aditivos, son personas que pueden ser perfectamente educados, ecologistas, veganos y hasta tímidos y reflexivos, tal y como os expliqué en Dime qué música escuchas y te diré cómo eres. En Bobos en el paraíso, un libro publicado por el periodista David Brooks en el año 2000 ya se observaba que muchos miembros de la clase media se han transformado en “bohemios burgueses” (BOurgeois BOhemians), que fingen el aspecto de personas situadas en los márgenes de la sociedad mientras viven un estilo de vida totalmente convencional.

Una sociedad con valores es aquélla que evalúa continuamente cuáles son los aspectos de las normas de una cultura a los que merece la pena atenerse y cuáles ya resultan obsoletos, no una sociedad monolítica e intocada.

Cierto es que la gente es más desinhibida que antes, que los alumnos son más descarados con los profesores que antes, que las normas en general no se siguen con tanta inflexibilidad. Pero ello precisamente revela que vivimos en una sociedad con más valores que nunca: antes, dichas normas, no se seguían porque la gente alumbrara más valores sino por miedo (tanto punitivo como social). No enseñar escote porque todo el mundo te llamará puta por la calle no es tener más valores. No cuestionar al profesor porque éste te dará un reglazo en la mano (y al que luego no podrás denunciar por agresión) no es tener más valores.

Lo explica así el psicólogo cognitivo Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro:

Hace siglos, quizá nuestros antepasados tuvieron que reprimir cualquiera señal de espontaneidad e individualidad con el fin de civilizarse, pero ahora que las normas de la no violencia están consolidadas, podemos ceder un poco ante inhibiciones concretas que acaso parezcan obsoletas. Según esta línea argumental, el hecho de que las mujeres enseñen mucha carne o que los hombres suelten tacos en público no es señal de decadencia cultural. Al revés, es señal de que viven en una sociedad tan civilizada que no han de temer que, en respuesta a ello, vayan a sufrir hostigamiento o agresión. Como dijo el novelista Robert Howard, “los hombres civilizados son más descorteses que salvajes porque saben que no les van a partir el cráneo por ello”. Quizás haya llegado incluso la época en que yo pueda usar el cuchillo para empujar los guisantes hasta el tenedor.

@SergioParra_

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