Los feos van a la cárcel; los guapos, no

Los feos van a la cárcel; los guapos, no
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Todos sabéis lo importante que es la belleza hoy en día. Pero seguramente os no sabéis una cosa. Que ahora la belleza no es más importante que antes: siempre lo ha sido. Y, sobre todo, que la belleza es inmensamente más importante de lo que llegais a imaginar. La belleza influye en los ámbitos de la vida.

En la Edad Media, cuando dos hombres eran acusados por idéntico delito, el juez condenaba al menos agraciado físicamente de los dos. Y en caso de duda, los feos eran los culpables. Aunque os parezca algo periclitado, también sucede en la actualidad, aunque de forma más subliminal.

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Las cárceles de todo el mundo tienen un porcentaje más elevado de feos que de bellos. Las personas solemos acusar con mayor severidad al feo, y justificamos normalmente al bello. Algunos expertos en jurisprudencia están tan convencidos de que la belleza física es un condicionamiento en las salas de justicia que propugnan que los acusados de cualquier delito no aparezcan personalmente en el juicio o, al menos, que tengan derecho a que otra persona de belleza normal les represente; una persona contratada en una suerte de agencia de modelos que obre como doble del encausado.

¿Sabéis que hace unos años hicieron un experimento consistente en practicar cirugía plástica a criminales peligrosos? En la cárcel neoyorquina de Rikers Island, los presos que presentaban deformaciones, citratrices, asimetrías profundas y demás fueron embellecidos antes de ser puestos en libertad.

Una vez borrado el estigma de la fealdad, creían que los presos se reintegrarían en la sociedad con mayor facilidad. Porque la mejor reintegración no es moral, sino estética.

Así lo constató este experimento: el pronóstico de los presos operados fue mucho más halagüeño que el de quienes no se sometieron al quirófano. O quizás el motivo fue el mismo por el que Friné, la hetaira de la antigua Grecia, fue absuelta: enseñó su cuerpo desnudo al jurado, y su abogado defensor alegó que alguien tan bello no podía causar el mal a nadie.

¿Son estos suficientes motivos para no descuidar nuestra belleza? ¿Deberíamos preocuparnos tanto de cultivar nuestra mente como nuestro aspecto físico? Son preguntas más que pertinentes.

Tal vez, a partir de ahora, deberéis escudriñar todos los rincones de vuestro cuerpo en busca de rastros de piel de naranja. Personajes tan aparentemente esbeltos como las modelos de pasarela no se libran de esa lacra en forma de adiposidad localizada. Pocos son inmunes al fenómeno edematosofibroesclerótico.

Tal vez ninguna persona inteligente que se considere tal puede permitirse el lujo de contaminarse de esta patología que afecta no sólo a las células grasas sino también al tejido intersticial y a los vasos sanguíneos más pequeños.

Tal vez el mundo no es tan perfecto como creíamos; ni las acciones tan nobles como aparentan.

Y vosotros, ¿qué preferís ser? ¿Una rubia tonta? ¿O un Einstein? ¿Las dos cosas simultáneamente? ¿Las dos cosas según el momento?

Más información | La ciencia de la belleza

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