El Tesla español

El Tesla español
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España también es nación de mentes preclaras y creativas, pero a lo que no nos gana nadie, el pequeño Nicolás nos lo recuerda, es al juego de la picaresca. Por eso el terruño celtíbero también dispone de su propio Nikola Tesla, pero éste en realidad fue un timador.

Así pues, si el lector busca aquí un recorrido por ese trampantojo en el que España siempre fue número uno, es el momento de leer con atención. Por el contrario, quienes busquen un genio científico por aquí, los que siempre obtienen el quesito verde en el Trivial, les recomiendo dejarlo ya. Sólo conseguiréis una úlcera.

Y es que nuestro Tesla parecía idéntico al Nikola Tesla que todos conocían en Europa, el inventor de la corriente alterna. Con su bigotito incluido. Sin embargo, las similitudes se quedaban en el físico, y poco más, como si comparáramos las capacidades guturales de la Pantoja patria como la Pantoja de Puerto Rico.

En realidad, nuestro Tesla se llamaba José Julián Iglesias Blanco de Urbina y Herrera, y procedía de un familia pudiente de Santander. Sin embargo, las circunstancias le arrebataron su vida acomodada, como al marqués de Leguineche.

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Nikola Tesla en su laboratorio en Colorado Springs hacia 1900.

Como explica Alejandro Polanco Masa en su libro Made in Spain a propósito del llamado "Tesla de Pozuelo":

Al no conocerse detalles técnicos de sus experimentos, queda este caso en el limbo de la charlatanería. Pretendió haber transmitido electricidad a distancia, sin cables y haber hecho explotar diversos artefactos también a distancia (…) Sus demostraciones asombraron al público, logrando encender grupos de bombillas con electricidad supuestamente “emitida” por el aire desde cientos de metros de distancia.

Es decir, que nuestro Tesla inventaba de todo, pero nunca presentaba las pruebas de cómo lo había conseguido, ni permitía que los expertos indagaran en el funcionamiento de sus cacharros.

Qué remedio. Gracias al comercio de alfombras y especias se levantaron los palacios de Venecia. Las rosas y las flores financiaron Ámsterdam. El azúcar erigió Bristol. Del mismo modo, la vivaracha España sigue adelante gracias al impulso de la picaresca y el mangoneo.

Los experimentos de Iglesias Blanco realizados en público en al menos tres ocasiones a lo largo de 1914, todos ellos en Pozuelo de Alarcón, levantaron gran expectación. Ya desde el año anterior había llevado a cabo diversas experiencias en privado, y otras contando con algunos testigos de peso, como periodistas y militares. Los contactos del inventor con el ejército se remontaban al menos al año 1912, cuando hubo cierto intercambio epistolar con los militares acerca de la posibilidad de guiar torpedos con señales de radio así como sobre la idea de crear explosiones internas en buques a distancia. El ejército no parece que se mostrara muy interesado en la propuesta pues parece que no hubo respuesta positiva. Iglesias comentaba en diversas entrevistas que creía ser capaz de hacer explotar cargas incluso hasta a 80 kilómetros de distancia desde el lugar de emisión de la señal. Esto llevó más adelante a ciertas leyendas que aparecieron publicadas a finales de 1914 en las que se afirmaba que los británicos estaban derribando dirigibles alemanes sin usar artillería ni aviones, sólo con el auxilio de un “rayo de la muerte” basado en la tecnología del español.
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