Todos (absolutamente todos) prejuzgamos, a no ser que nuestro cerebro no funcione bien (I)

Todos (absolutamente todos) prejuzgamos, a no ser que nuestro cerebro no funcione bien (I)
11 comentarios Facebook Twitter Flipboard E-mail

¿Sabéis esas personas que dicen alegremente ‘yo no prejuzgo a nadie’? Pues es mentira. Bueno, no quiero aventurarme tanto: tal vez os lo ha dicho un robot con disfraz de ser humano, o alguien que no está bien de la cabeza. Pero si es una persona normal, miente. Porque es prácticamente imposible que alguien no tenga prejuicios.

Los que dicen ‘yo no prejuzgo a nadie’ pertenecen al grupo de personas que pronuncian frases del tipo ‘soy buen persona’, ‘hay que respetar a los demás’, ‘no me importan lo que digan de mí’, ‘te hablo objetivamente’, ‘pues a mí me funciona’ y otras tantas ilusiones cognitivas que en una charla de bar pueden tener sentido (sobre todo con unas copas de más), pero que resultan profundamente endebles y banales a poco que las analicemos bajo un microscopio electrónico de barrido, o algo así.

Aunque más o menos nos hemos convencido unos a otros de que podemos vivir en un mundo en el que, al conocer a una persona, no nos debemos formar una primera impresión difícil de borrar, lo cierto es que las investigaciones al respecto arrojan otras conclusiones… diametralmente opuestas.

Prejuzgar es inevitable en primer lugar porque no tenemos suficiente tiempo material para conocer todos los detalles de todos los eventos nuevos que se presentan antes nosotros, incluidas las personas. Por eso me resulta un poco extraño que alguien que viste de cuero negro, con calaveras en el pecho, nudillos acabados en pinchos de acero y botas capaces de triturar cráneos se lamente de que vivimos en un mundo tan superficial que enseguida es prejuzgado por su aspecto.

Nadie sabe si alguien que viste así tiene buenas intenciones o no (de hecho, algunos que visten de corbata se han revelado con intenciones probablemente más aviesas de las que podamos imaginar jamás), sin embargo nuestro aspecto ofrece información acerca de nosotros. En un callejón oscuro, nos fiaremos antes de un hombre que viste bien a otro que viste de forma desaliñada o atípica o arquetípicamente agresiva.

Kiss

No porque eso tenga que ser necesariamente así, sino porque hemos más o menos convenido que la gente que viste bien resulta más respetable (aunque luego no lo sea), y precisamente por eso la gente que quiere dar buena impresión viste bien (y si pretenden engañarnos, como muchos directores de banco, vestirán de forma impoluta). Alguien que viste de un modo extraño, en consecuencia, tiene un problema de percepción que nos hace dudar de su capacidad de raciocinio, tiene un actitud extramuros de la conveniencia (lo cual es loable en determinados contextos, pero da miedo en un callejón oscuro), o directamente quiere proyectar temor (lo cual no necesariamente nos dice nada de que sea peligroso, pero al menos quiere parecerlo, y eso ya nos suscita desconfianza).

En un mundo ideal yo podría vestir de Pokémon por la calle, acudir a mi entrevista de trabajo y dirigir una gran compañía. Pero como no tenemos tiempo de profundizar en la enorme complejidad de motivos que me llevan a disfrazarme de Pokémon, causando un desafío cognitivo en toda la gente que me encuentro, entonces decidimos no arriesgarnos. Como tampoco nos arriesgamos a salir con un vestidos de metal un día de tormenta.

Porque una cosa es lo que somos y otra, la que proyectamos. Recordemos la paradoja que los aficionados al heavy metal se parecen muchísimo a los aficionados a la música clásica.

Pero vayamos a la praxis.

Test de Asociación Implícita (IAT)

El Implicit Association Test (IAT) o Test de Asociación Implícita mide la distancia entre nuestras actitudes conscientes y las inconscientes. El IAT, por ejemplo, nos permite comprobar la existencia de prejuicios implícitos hacia toda una variedad de grupos (generalmente de índole racial) midiendo tiempos de reacción para asociaciones entre atributos positivos y negativos y fotografías de representantes de los grupos.

En base a la velocidad de categorización de una persona en cada una de estas variantes se determina su grado de prejuicio implícito. Por ejemplo, si alguien asocia con más rapidez “afroamericano” con “malo” estamos ante un prejuicio racial implícito. Si queréis pasar vosotros mismos el test, lo tenéis en Project Implicit de la Universidad de Harvard

En la próxima entrega de este artículo veremos algunos resultados elocuentes sobre el IAT, así como exploraremos si existe posibilidad alguna de mejorar los resultados o, al menos, escamotear los prejuicios en nuestra vida cotidiana.

Comentarios cerrados
Inicio