Se celebran las elecciones generales de España, ¿podemos fiarnos de nosotros mismos?

Se celebran las elecciones generales de España, ¿podemos fiarnos de nosotros mismos?
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36.518.100 electores están llamados hoy a votar, por segunda vez en seis meses, un nuevo gobierno. Los escaños de una docena de provincias determinarán este 26-J los cambios respecto al 20-D. Todos deberíamos ejercer nuestro derecho al voto, sin embargo ¿somos realmente conscientes de lo que estamos votando?

Partimos de la base de que la mayoría de la gente no está lo suficientemente informada sobre el programa electorar que está votando. Y, aunque así fuera, dicha información probablemente está sesgada por defectos cognitivos del cerebro del votante.

Incluso quienes dicen estar mejor informados o ser más reflexivos acostumbran solamente a usar argumentos más complejos y dificiles de rebatir para defender sus propios sesgos cognitivos.

El cerebro no está diseñado para evaluar grandes cantidades de información de forma objetiva, así que cualquier tipo de democracia está condenada a dichos sesgos. Incluso quienes dicen estar mejor informados o ser más reflexivos acostumbran solamente a usar argumentos más complejos y dificiles de rebatir para defender sus propios sesgos cognitivos.

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Conozco personas muy cultas que dicen tonterías, pero claro, ¿cómo puedo estar seguro de que quizá me parecen tonterías porque soy inculto? Me cuesta imaginar a alguien que sepa de todo y en el suficiente grado, así que entre las fisuras de ignorancia se puede colar holgadamente la manipulación o la simple retórica.

Por eso la ciencia no se basa en la evalución unipersonal de un tema, sino en presentarlo a una comunidad y que ésta lo destripe de arriba a abajo, porque la ciencia asume que los científicos no son de fiar. Del proceso de buscar errores en los demás, en una suerte de Ley de Linus, aflora cierta coherencia.

Los grupos gestionados convenientemente se aprovechan de esta dinámica para crear cosas que, en teoría, parecen imposibles, como Wikipedia o Linux. La colaboración 2.0, la democracia líquida y demás tal vez, en ese sentido, me ofrecen más garantías que la democracia tradicional, pero no muchas más.

Quizás nuestro esfuerzo debería estar encaminado a diseñar algoritmos que decidan la gestión más eficiente de nuestros problemas. Si aparece una inteligencia artificial tipo Skynet que estima oportuno eliminar a la especie humana, entonces no nos parecerá tan buena idea, pero hasta que eso ocurra, la tecnología se ha revelado como una forma mucho más fiable de realizar muchas tareas que parecían exclusivas del ser humano.

Por ejemplo, la minería de datos está permitiendo mejorar todos los procedimientos en el ámbito de la salud. Los primeros pasos en este terreno los están dando las redes neuronales artificiales, como las que emplea ya la clínica Mayo para evaluar si los pacientes padecen endocarditis, un tipo de infección cardíaca.

Por su parte, el superordenador WATSON usa la técnica del machine learning para estudiar medicina. Wall Street también empieza a estar invadida por ordenadores que buscan correlaciones y análisis cuantitativos. Una empresa fundada en el año 2010 por expertos en Derecho e informáticos de la Universidad de Stanford, Lex Machina, ya es capaz de ejecutar análisis informáticos que predicen el resultado de demandas de patentes en distintos contextos.

Frente a este proceso de automatización que deja en evidencia cuál falible es el ser humano, ¿no deberíamos empezar a plantearnos un sistema democrático que corrigiera los deslices humanos?

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