El ser humano está diseñado (o más bien ha sido seleccionado por la evolución darwiana) para estar de pie, para andar, para moverse, y no tanto para estar sentado.
Solo andar tres kilómetros diarios incluso es bueno para nuestro cerebro, aunque probablemente también lo es para otras partes de nuestro cuerpo, como se publicó en un estudio en Frontiers in Aging Neuroscience. Como explica también Dean Burnet en su libro El cerebro idiota:
Nuestros esqueletos han evolucionado para posibilitar largos periodos andando, pues la disposición y las propiedades de nuestros pies, piernas, caderas y forma en general del cuerpo son idóneas para la ambulación frecuente. Pero no se trata solamente de la estructura de nuestros cuerpos; es como si estuviéramos "programados" para andar sin ni siquiera implicar a nuestro cerebro en ello.
A lo que se refiere Burnet es que incluso disponemos de grupos nerviosos en nuestras médulas espinales que ayudan a controlar nuestra locomoción sin participación consciente.
Estos racimos nervisosos se llaman generadores de patrones locomotores y se encuentran en las partes inferiores de la médula, en el sistema nervioso central. Dichos generadores estimulan los músculos y los tendones de las piernas para que se muevan conforme a unos patrones específicos (de ahí su nombre) produzcan así el movimiento ambulatorio. También reciben la información que les llega de vuelta de los músculos, los tendones, la piel y las articulaciones (por ejemplo, aquella con la que detectan si estamos bajando una cuesta) para que podamos retocar y ajustar la manera de movernos con el fin de adaptarla a la nueva situación.
Esta habilidad para desplazarnos sin pensar demasiado en ello fue crucial a la hora de dejar atrás potenciales depreadores y asegurar la supervivencia.
Permanecer demasiado tiempo sentado, por el contrario, solo acarraea problemas, incluso a nivel interdiscal, pues la presión en superior en esa postura. Si apoyamos la espalda en el respaldo del sofá, por ejemplo, podemos reducir esa presión intradiscal.
Además, la falta de actividad física y la mala alimentación son la segunda causa de muerte en el mundo después del tabaquismo. Según un informe publicado en 2010, la inactividad física provoca 3,2 millones de muertes prematuras cada año.
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