La educación está perdiendo diversidad política e ideológica, sobre todo en las últimas décadas

Aspirar a que todos los puestos de trabajo estén equilibrados políticamente es una entelequia, al igual que lo es el pretender que haya la misma proporción de sexos, etnia, altura, belleza o cualquier otro rasgo que consideremos que quien lo detenta puede sentirse discriminado (a no ser que implementemos políticas totalitarias para que eso ocurra).

Sin embargo, empieza a resultar preocupante que en el campo de la educación, donde los educandos deben recibir el máximo de puntos de vista para que su juicio se afine, el profesorado esté tendiendo de forma generalizada a ser de izquierdas, sobre todo en las humanidades y las ciencias sociales.

Eje derechas-izquierdas

Hasta cierto punto, que haya mayoría de izquierdas entre el profesorado es deseable a fin de garantizar la desconfirmación institucionalizada en cualquier campo que aborde temas politizados, y eso es lo que ha sucedido en la mayor parte del siglo XX: la proporción fue de dos o tres a uno.

No obstante, las cosas empezaron a cambiar a finales de la década de 1990, cuando los profesores de la "gran generación" empezaron a jubilarse y fueron sustituidos por los miembros de la generación baby boom, tal y como denuncia Jonathan Haidt en su libro La transformación de la mente, hasta que en 2011 la proporción había llegado hasta los cinco a uno:

Los profesores de la gran generación eran predominantemente varones blancos que habían luchado en la Segunda Guerra Mundial, a los que se estimuló para que realizaran estudios superiores por medio de unas leyes diseñadas para ayudarlos en el período de posguerra. La ola de académicos incluía a muchos republicanos y conservadores. Entre los profesores del baby boom, en cambio, había una mayor diversidad de razas y sexos, pero menor en sus tendencias políticas. Muchos de ellos estaban influidos por la gran ola de protestas sociales de la década de 1960.

En algunos campos del saber, la falta de proporcionalidad política es abismal: en humanidades y ciencias sociales, por ejemplo, sobrepasan a los diez a uno, y el desequilibrio es mayor en las universidades más prestigiosas. Ello no solo compromete la eduación abierta a las ideas diversas (los estudiantes se autodefinen cada vez como más de izquierdas), sino que perjudica la calidad y el rigor de la investigación académica.

El único campo de todas las humanidades y ciencias sociales donde consta que existe suficiente diversidad política para permitir la desconfirmación institucionalizada es el de la economía, donde la proporción entre izquierda y derecha, hallada por un estudio de los registros de voto de los profesores, era comparativamente baja: cuatro a uno.

Por supuesto, uno puede imaginar que alguien de izquierdas también es capaz de ser honesto intelectualmente para presentar ideas de derechas a sus alumnos, pero entonces estamos infravalorando los sesgos inconscientes de todos los seres humanos, amén de que, como escribió John Stuart Mill en Sobre la libertad a propósito de que las ideas conservadoras deben poder ser explicadas por conservadores: "Debes conocerlos en su forma más plausible y persuasiva".

Habida cuenta de que en política hay pocas verdades incontrovertibles, pues dependiendo del contexto y el problema que debe abordarse resulta más eficaz un tipo de idea frente a otra, lo peor que puede pasarle a las nuevas generaciones es que solo analicen el mundo desde la óptica de un único ojo, como tuertos intelectuales, en vez de la visión tridimensional que proporcionan los dos ojos.

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