Las patatas fritas pueden ser tan adictivas como la marihuana

Un grupo de investigadores italianos y estadounidenses del Instituto Italiano de Tecnología de Génova en colaboración con la Universidad de California en Irvine ha descubierto por qué las comidas grasas producen tanta satisfacción y por qué es muy difícil dejar de comerlas, como si fueran una droga, según el estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

La prueba del siete la podéis llevar a cabo ahora mismo (no vale haber desayunado ya copiosamente). Cogéis una bolsa de patatas, la abrís e intentáis comer solamente una de ellas. ¿Duro verdad? Algo os impulsaré a comer otra, y otra, y otra más. Incluso es posible que os ventiléis la bolsa entera. El estoicismo y la fuerza de voluntad se debería medir por esta clase de parámetros.

No en vano, cuando una sustancia grasa es ingerida, genera una señal que viaja primero al cerebro y sucesivamente atraviesa el nervio vago, llega al intestino y estimula la producción de endocannabinoides en el intestino, llamadas así porque tienen efectos similares a los cannabinoides que presenta la marihuana.

Daniele Piomelli, director del Departamento de Drug Discovery del ITT:

En términos evolutivos, el hombre comía grasas para sobrevivir, ya que son una gran fuente de energía, pero en la actualidad no es necesaria la ingesta abundante de estas para vivir.

Esto también ocurre con otros alimentos ricos en grasas, sobre todo con la llamada “comida basura”, lo cual nos permite entender un poco mejor el problema epidemiológico de obesidad que viven países como Estados Unidos (ya me imaginaba yo que Ronald Mcdonald, con esa pinta, sólo podía ser un yonqui).

Y de algún modo, esta clase de estudios nos permiten recapacitar sobre qué es una droga y por qué determinadas drogas son ilegales y, sin embargo, otras no lo son. Si nos basamos exclusivamente en su grado de toxicidad y el síndrome abstinencia que provocan, entonces el actual modelo prohibicionista no tiene demasiada lógica, como analiza en profundidad Antonio Escohotado en su Historia general de las drogas.

Por otro lado, el asumir que determinados alimentos consumidos a bajo coste y por la mayoría de la población son tan adictivos y nocivos (la investigación asegura que a largo plazo las patatas fritas son el alimento que más engorda, seguidas de otros tipos de patatas, bebidas azucaradas y de la carne conservada y no conservada), entonces también deberíamos replantearnos algunas leyes.

Por ejemplo, no sé si recordáis la polémica que se generó a rebufo de la emisión en el Festival de Cine Fantástico de Sitges de la película A serbian film, una película en la que aparecían un par de crudas escenas de pederestia. Si queréis leer mi análisis al respecto: A serbian film: ¿todavía vivimos en una época de censura medieval? (I), (II) y (y III).

Resulta que el organizador del festival, Ángel Sala, fue llevado a la justicia por exhibir la película. Aunque fuera una película de ficción, contenía elementos de pederastia. Después de polemizar con los comentaristas de esos artículos (como podréis leer), finalmente el argumento principal de los defensores de que se procesara a Ángel Sala eran dos. El primero es muy endeble: que la película proporcionaría imágenes excitantes para los pederastas. El segundo era mucho más interesante: que el visionado de la película provocaría un efecto imitación que incrementaría el número de pederastas o, al menos, de pederastas activos.

Mi manera de impugnar ese argumento fue sencilla: estoy de acuerdo con el carácter viral de algunas acciones. Por ejemplo, el suicidio. Las penas del joven Werther indujo al suicidio a mucha gente. Hay noticias sobre suicidios que elevan las tasas de suicidas. A lo mejor las películas que hablan de violencia de género han hecho aumentar la violencia de género. Las escenas de violaciones han dado ideas a los violadores. También las de asesinatos a los asesinos.

Pero si seguimos ese razonamiento, habría que ejercer un control sobre la información (tanto informativa como de ficción) que haría palidecer las censuras más severas de la historia de la humanidad. En cierto modo se hace: hay películas no recomendadas para menores, en la prensa escrita se siguen ciertos protocolos para presentar los suicidios para evitar al máximo su contagio, etc. Pero entre presentar las noticias y la ficción de manera ordenada e inteligente para minimizas efectos secundarios nocivos a procesar a un director de un festival de cine por exhibir una película hay un trecho largo.

Si en una película aparece un tío comiendo rosquillas a lo Homer Simpson, según la lógica aplicada a la pedofilia, podría ser que muchos más hombres comieran rosquillas de manera irresponsable (atenta contra uno mismo, contra su tendencia a los azúcares) y también que eduque en ese sentido a sus hijos (atenta contra los derechos otros). A la luz de la investigación publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences, esto tiene todavia mucho más sentido. si empezamos a censurar o imputar, entonces entraremos en contradicciones muy gordas.

Hay que ver lo que dan de sí las patatas fritas.

Vía | Madrid+d

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