De explosiones tecnocámbricas y estos crecimientos exponenciales de la tecnología

El ser humano no es en modo alguno una entidad formada, sino un proceso evolutivo de 3500 millones de años, que dio inicio probablemente en una célula procariota que es el ancestro de todos los organismos vivos de la Tierra y que hemos bautizado como LUCA (Last Universal Common Ancestor).

La especie humana solo constituye el 0,03% de la historia evolutiva. Su tecnología, una porciúncula de la misma. Sin embargo, el crecimiento de la tecnología no va a ser lineal, sino exponencial.

Explosión tecnocámbrica

Tal y como ya afirmaba el autor cyberpunk William Gibson: «el futuro ya está aquí, pero no está repartido equitativamente». Quizá, por ello, no somos conscientes de la velocidad a la que está evolucionando la tecnología y, con ella, todo lo que nos rodea.

Un ejemplo a vuelapluma: ahora, en un país desarrollado cualquiera, el 80% de la gente vive más de 70 años. Hace un siglo y medio, solo el 20% alcanzaba esa edad. Y todo gracias al crecimiento exponencial de la tecnología médica y la tecnología asociada a aumento de la higiene y la profilaxis.

Basándose en las contraintuitivas características del crecimiento exponencial de la tecnología, verbigracia, la ley de Moore (cada 24 meses se dobla la potencia de los microprocesadores), el incremento de la información y el número de científicos y los millones de dólares en juego, algunos teóricos sostienen que en muy pocos años, antes de que crucemos el ecuador de siglo XXI, dispondremos de máquinas más inteligentes que los humanos, podremos transferir nuestras consciencias a un ordenador y otros hitos propios de la ciencia ficción más especulativa.

Este crecimiento exponencial será el más rápido nunca antes experimentado por la humanidad, pero no el primero. Ha habido otras explosiones cámbricas de tecnología, como las define Carlos A. Scolari en su reciente libro Las leyes del interfaz.

Hace unos 530 millones de años, en el período Cámbrico, se registró un rápido incremento de la variedad de especies biológicas. De igual modo, en ciertos puntos de inflexión, la tecnología también sufre de estos incrementos:

Este big bang de tecnoespecies no es sólo una consecuencia de la economía digital. A finales del siglo XIX se produjo una explosión de sujetadores de papel hasta que en 1899 Johan Vaaler inventó el clip e impuso un arquetipo que desplazó a todos los otros modelos. Algo similar ocurrió con las hachas a lo largo del siglo XIX en América del Norte, donde había cientos de modelos identificados con el nombre de su estado ("hacha de Kentucky", "hacha de Ohio", "hacha de Maine", etc.), o los utensilios para comer en la primera mitadl del siglo XX, cuando una cubertería de plata podía albergar 146 piezas.

Cualquier nueva tecnología propicia la explosión de nuevas especies de tecnologías asociadas, mutaciones que se reproducen a gran velocidad, algunas creando monstros, otras generando soluciones eficaces para una vida más saludable, plena y ausente de incertidumbre.

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