Cuando la intuición no sirve para evaluar el riesgo

Como dicen en la película Descifrando enigma, en boca de Alan Turing, a veces no hay que hacer lo que se quiere, sino lo que es lógico. Y es que no siempre ambas cosas son la misma.


Una de las cosas que nos aporta la ciencia y la técnica es que no siempre la intuición o las sensaciones son las mejores consejeras. A veces, incluso, son totalmente contrarias al sentido común. Y si hablamos de seguridad, de vidas humanas y de cómo gestionarlas hablando de riesgos, el tema se vuelve todavía más delicado. En particular, en el mundo de la aviación.

Por ejemplo, uno de los sentimientos que más miedo nos pueden producir es la rotura de una estructura. Obviamente, si la estructura de un avión falla es algo catastrófico y hay que evitarlo a toda costa. Nunca podríamos hacerlo irrompible, pero nuestro objetivo es evitar la rotura, lo que implica añadir más material o, lo que es lo mismo, peso al avión.

Sir Alfred Pugsley explicaba en obra La Seguridad de las estructuras que estos sentimientos humanos eran contraproducentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, los proyectistas de aviones tenían la opción, hasta cierto punto, de rebajar la seguridad estructural del avión a cambio de aumentar cualidades del aparato. Las pérdidas de bombarderos por acciones del enemigo eran muy altas, algo así como uno de cada veinte salidas. En cambio, las pérdidas debidas a roturas estructurales eran muy pequeñas, mucho menos de un avión de cada cien mil.

Dado que la estructura del avión suponía un tercio de su peso, hubiera sido perfectamente racional haber adelgazado la estructura de los bombarderos para así conseguir otras ventajas, como poner cañones más eficaces o protecciones más gruesas. Seguramente, las pérdidas hubieran sido menores.

Lo curioso es que los aviadores no querían ni oír hablar de esto. Aceptaban un riesgo mucho mayor de ser derribados por el enemigo que no aumentar la probabilidad de rotura por razones estructurales. Ni aunque dicha probabilidad fuera realmente aceptable frente a otras circunstancias (comparar uno contra veinte y uno contra cien mil es totalmente diferente).

Pugsley sugería que el miedo a que una estructura se rompa la hemos heredado de nuestros antepasados arborícolas, que tenían mucho miedo a que el árbol en el que vivían se rompiese bajo ellos, cayéndose los niños, las cunas y todo lo demás. La cuestión es que los ingenieros deben tener en cuenta estos sentimientos, aunque el peso propio adicional produjera en sí otros peligros.

Qué partes reforzar en un avión

También durante la Segunda Guerra Mundial, pidieron al matemático judío Abraham Wald que estudiara la localización de los impactos de fuego enemigo en el casco de los aviones que regresaban, con el fin de que hiciera recomendaciones. Tenían que decidir qué partes de los aviones había que reforzar para mejorar su supervivencia. Para sorpresa de sus superiores, Wald recomendó blindar las partes que no mostraban daños.

La lógica de aquel matemático era que los agujeros que veía en los aviones que habían sobrevivido indicaban lugares donde un avión podía recibir impactos y resistir. Por consiguiente, concluyó, los aviones que habían caído probablemente habían recibido impactos precisamente en los lugares donde los aviones que habían regresado habían tenido la suerte de no haber sido alcanzados.

Fuente | J. E. Gordon, Estructuras o por qué las cosas no se caen.
Fuente | Mario Livio, Errores geniales que cambiaron el mundo.
Foto | Pixabay

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