Bill Gates VS Richard Stallman: ¿el software debería ser libre? (y II)

Como decíamos en la anterior entrega de este artículo, el GNU permitió que se desarrollada la filosofía de la cultura libre, un movimiento iderado por el profesor de derecho de Harvard Lawrence Lessig, que resumiría todas sus propuestas en un libro fundacional: Cultura libre.

Para comprender cuán importante es que la cultura llegue a todos con independencia de su capacidad económica debe leerse este tratado casi jurídico que, obviamente, escamó a las empresas que más dinero están ganando con la comercialización de la cultura, así como de sus intentos por crear una escasez artificial de la misma.

Universo GNU integrado en universo privado

Seis años después de que Stallaman presentara el sistema operativo GNU y la licencia GPL, Linus Torvalds, un joven estudiante de la Universidad de Helsinki, diseñó kernel, el núcleo de un sistema operativo para ordenadores personales muy simular a Unix que era compatible con el proyecto GNU de Stallman, siendo distribuido bajo licencia GPL. Tal y como lo explica Jeremy Rifkin en su libro La sociedad del coste marginal cero:

El núcleo de Linux permitió a miles de prosumidores de todo el mundo colaborar por Internet en la mejora del software libre. Hoy, GNU/Linux se utiliza en más del 90 % de los 500 superordenadores más rápidos del mundo, en muchas de las 500 empresas más importantes e incluso en sistemas integrados como tabletas y teléfonos móviles. (…) GNU/Linux demostró otra cosa aún más importante: que el desarrollo en colaboración de software libre en un procomún podía mejorar el desarrollo de software patentado en el mercado capitalista.

Tal vez la solución a todos los problemas no sea la cultura libre, ni siquiera el GNU, pero lo que parece apropiado es que esta filosofía conviva en igualdad de condiciones con la de Bill Gates o incluso la aún más elitista de Steve Jobs. De este modo, las unas evitan que las otras acaparen demasiado poder o vicios, compitiendo mutuamente por lo que a todos nos beneficia. Que la informática se desarrolle y que la cultura llegue de la forma más barata posible al mayor número de personas.

De hecho, el cuerpo de hackers que surgió alrededor de GNU y Linux demostraba que los incentivos emocionales, más allá de la recompensa económica, pueden ser motivación suficiente para la colaboración voluntaria. Wikipedia lo demostró de nuevo más tarde. Pero el intercambio entre iguales y la colaboración organizada alrededor de bienes comunes no era nada nuevo, observándose en organizaciones sociales a lo largo de toda la historia.

Incluso una visión histórica en que los productos culturales los generan particulares para su beneficio es algo bastante reciente y singular, como resume de nuevo Jeremy Rifkin:

Que la cultura la creen las élites o las masas depende en gran medida de la naturaleza del medio. La revolución de la imprenta de vapor con los libros y periódicos, y la revolución de la electricidad con el cine, la radio y la televisión, favorecieron la protección por copyright. El carácter centralizado de los medios y el acotamiento de las contribuciones “individualizaron” los contenidos culturales. La imprenta introdujo el concepto de autoría individual. No es que antes faltaran autores (como Aristóteles o Tomás de Aquino), pero eran casos muy excepcionales. Antes de que apareciera la imprenta, los manuscritos solían ser obra de centenares de amanuenses anónimos que dedicaban mucho tiempo a escribirlos. Un amanuense podía cambiar ligeramente el significado de un breve fragmento de texto retocando una frase o dos, algo que apenas se puede calificar de autoría. Los amanuense se consideraban copistas. Ni siquiera los escasos autores cuyos nombres se asocian a un obra completa se consideraban creadores de sus escritos y tenían la sensación de que sus ideas venían de una fuente externa en forma de visión o inspiración.

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