¿Qué es el síndrome de enclaustramiento?

En Japón existe un fenómeno único en el mundo en el que generalmente adolescentes deciden enclaustrarse en su habitación y no salir durante semanas o meses. A este fenómeno sociológico se le conoce por el nombre de Hikikomori.

También en Occidente estamos habituados a casos de monjes u otros que deciden convertirse en anacoretas, aislándose durante una buena o para siempre del mundo. Sin embargo, existe un síndrome que no te aísla del mundo, sino de tu propio cuerpo. Como si vivieras en el interior de una cáscara vacía.

A este síndrome se le conoce por el nombre de Síndrome de enclaustramiento. Es constituye justo lo opuesto al estado vegetativo o comatoso de un paciente. Es decir, una separación completa del cerebro o de la médula espinal causada por una lesión en la base del tronco encefálico.

Como el cerebro permanece ileso, el paciente está completamente alerta y consciente de todo lo que sucede. Sin embargo, el paciente no tiene forma de exteriorizarlo porque no puede moverse ni hablar. Sólo consigue cerrar los ojos y mover los párpados. Como si hubiera sido enterrado vivo.

Tal y como lo explica el neurólogo holandés Dick Swaab en su libro Somos nuestro cerebro:

Una historia más reciente es la de Nick Chisholm, de Nueva Zelanda, que en 2000 se quedó inconsciente en el campo de rugby. Parecía una conmoción cerebral, pero después sufrió una serie de ataques epilépticos e infartos del tronco encefálico. Creían que estaba en coma, hasta que su madre y su novia le dijeron que era consciente de lo que sucedía a su alrededor. Y así era: resultó tener síndrome de enclaustramiento, del que consiguió recuperarse. La familia suele sospechar antes que el médico que hay contacto con el paciente, pero, por otra parte, la familia también cree equivocadamente que hay contacto con el paciente comatoso.

Pestañeando para escribir un libro

En la literatura encontramos diversos casos de personas que sufren el síndrome de enclaustramiento. Como monsieur Noirtier de Villeforte, que aparece en El conde de Monte Cristo (1844), obra de Alejandro Dumas, donde el personaje solo puede usar el movimiento de sus ojos para evitar el envenenamiento y un matrimonio indeseado.

Pero el caso más popular e impresionante es el del periodista parisino Jean-Dominique Bauby, que sufrió un derrame cerebral en 1995 que le sumió en un coma de veinte días. Más tarde, para poder comunicarse, le debían recitar el alfabeto y, cuando mencionaban la letra que él deseaba, entonces pestañeaba una vez.

Con este lento y pesaroso sistema, el periodista logró, letra a letra, transcribir un libro, La escafandra y la mariposa, donde ponía de manifiesto, de hecho, el grado de su consciencia e inteligencia, que eran completamente normales. En 2007, el libro fue adaptado a una versión cinematográfica con el mismo título.

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