Adiós, mercurio, adiós

No hace muchos años, el mercurio se empleó en medicina para tratar la sífilis. También se usó como insecticida, y como componente de pinturas antiincrustraciones marinas. En pigmentos y cosméticos. Incluso como forma decorativa y hasta mística, debido a su aspecto como de otro mundo: no en vano es un metal líquido, como si fuera un fragmento del T-1000 de Terminator 2.

El mercurio, incluso, fue la señal de que ese día no íbamos a clase: si en el termómetro marcaba fiebre, cama. (¿Quién no intentó imitar al niño protagonista de ET, que posa su termómetro durante unos segundos sobre una bombilla encendida para que su madre le deje quedarse en casa…? Yo lo hice, pero fui al colegio: mi termómetro marcaba más de 45 grados de temperatura, lo que a todas luces indicaba que algo olía a podrido en Dinamarca).

Sin embargo, vamos a tener que acostumbrarnos a la desaparición paulatina del mercurio en nuestras vidas cotidianas.

Noruega, por ejemplo, desde el 1 de enero de 2008, ha prohibido todas las importaciones y la fabricación de todo lo que implicara al mercurio, incluyendo la producción de amalgamas dentarias. La Unión Europea también ha prohibido la exportación de mercurio. Olvidaos, pues, de los termómetros y barómetros de mercurio (o conservadlos como reliquias).

Hugh Aldersey-Williams abunda en cómo el mercurio va a convertirse en un elemento perseguido en su libro La tabla periódica:

Con el mercurio frenado en su origen, la atención se dirige ahora al que ya está en circulación. Un estudio inglés sobre cremaciones que se escapa al ambiente cuando los empastes de los dientes de los difuntos se vaporizan; el espectro de nuestra coexistencia con el metal, que antaño fue fácil, se nos aparece. Quizá pronto sólo queden aplicaciones muy especializadas.

Con todo, el 64% de los bebés nace con exceso de mercurio en sangre.

Si, a pesar de ello, os quedáis con ganas de ver mercurio en directo, siempre podréis visitar el Gran Telescopio Zenith, en las montañas de la Columbia Británica, muy cerca de Vancouver: obtiene sus imágenes del cielo empleando un espejo líquido de mercurio.

Se vierte mercurio sobre una fuente parecida a un wok de seis metros de diámetro. La fuente gira a un ritmo imponente, lo que obliga a la superficie del mercurio a formar un paraboloide más perfecto que el que podría obtenerse mediante vidrio sólido o aluminio. La idea ya tiene más de un siglo, pero sólo recientemente, mientras el metal provocaba el oprobio en todas partes, ha sido posible crear un mecanismo que funcione de manera lo suficientemente uniforme para permitir que ese estanque de mercurio produzca imágenes nítidas.

Casi, casi como Alicia a través del espejo.

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