El inventor del termo nunca patentó su hallazgo porque no le veía salida comercial

Hay inventores que producen cosas completamente inútiles, y otros que consideran que sus inventos son inútiles porque la sociedad aún no se ha dado cuenta de que los necesitan. Un caso célebre, por ejemplo, es el invento de los ordenadores: en 1943, Thomas John Watson, presidente de IBM, declaró: “Creo que en el mundo hay mercado para quizás cinco ordenadores”. Algo similar pasó con Internet.

Y es que una persona que vive en un mundo sin ordenadores ni Internet necesita mucha imaginación y capacidad de prospectiva para plasmar en su cabeza una sociedad dependiente de tales tecnologías. Pero hay inventos que resultan tan obvios en su utilidad a nuestros ojos que asombra que en su día fueran desdeñados. Es el caso del termo.

James Dewar fue un químico que diseñó un termo para almacenar sueros y vacunas a temperatura estable, basándose en el principio de que el vacío no conduce el calor ni por conducción ni por convección. Basándose en este invento, desarrolló un termo para uso cotidiano mientras trabajaba como investigador en la Universidad de Oxford, en el año 1892. Pero tan poco le convencía su propio invento que no lo patentó, tal y como explica Gregorio Ugidos en el libro Chiripas de la historia:

Uno de sus alumnos, Reinhold Burger, en seguida vislumbró el potencial del invento y, con la marga registrada Thermos, que en griego significa calor, comenzó a fabricarlo para usos domésticos en Alemania en 1904. (…) La compañía Thermos, que todavía conserva los derechos del invento, ha ganado desde entonces muchos millones.

La segunda razón que frena la evolución de los inventos es el ludismo y los mensajes agoreros, que se repiten secuencialmente, incluso repetitivamente, a lo largo de la historia de la tecnología, como podéis ver plasmado en este magnífico gráfico.

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