¿Siempre es mejor estudiar en la universidad más prestigiosa? Cuanto más listos son ellos, más tonto te crees tú (y II)

En la anterior entrega de este artículo descubríamos un estudio que sugería que los estudiantes excelentes, al entrar a formar parte de una universidad llena de estudiantes también brillantes, pueden tropezar en una espiral de desconfianza en las propias habilidades que les condenará a abandonar sus estudios: de haber pasado a ser el mejor de la clase, de repente pasa a ser uno más, incluso uno de los peores.

Pero este fenómeno tiene también profundas implicaciones en la forma que las empresas contratan a los licenciados. Generalmente, una empresa preferirá contratar a los mejores estudiantes de la mejor universidad, antes que a los mejores estudiantes de una universidad mediocre. Pero un estudio de John Conley y Ali Sina Önder sobre los licenciados que estudian cursos de doctorado en economía sostiene que la estrategia seguida por las empresas es errónea.

Lo que señala el estudio lo explica así Malcolm Gladwell en su libro David y Goliat:

En el campo de la economía académica, existe un puñado de revistas especializadas que todo el mundo lee y respeta. Esas publicaciones ilustres solo aceptan los mejores y más creativos trabajos de investigación, y los economistas se evalúan entre sí (en buena parte) a partir del número de artículos que han publicado en esas revistas cimeras. Conley y Önder afirman que, para crear el mejor filtro para contratar, basta con comprar el número de trabajos publicados por los grandes peces de los estanques pequeños con los de los publicados por los pececitos de los estanques grandes.

La conclusión del estudio no podría desafiar más la lógica: los mejores estudiantes de las escuelas mediocres son casi siempre una apuesta mejor que los buenos estudiantes de los mejores centros. Para llegar a esta conclusión tan rompedora, en el estudio analizaban los cursos de doctorado de Harvard, MIT, Yale, Princeton, Columbia, Stanford y la Universidad de Chicago, dividiendo a los estudiantes en función de la posición que ocupaban en el ranking de sus respectivas clases, para luego contabilizar el número de publicaciones de cada doctorado en sus seis primeros años de carrera académica.

Para comparar, en el estudio se analizaron a los estudiantes de centros menos prestigiosos, como la Universidad de Toronto y la de Boston, y también centros que está fueran del Top30 de las mejores universidades. Los propios autores del artículo lo explican así:

Para llegar a Harvard el candidato ha de contar con unas calificaciones excelentes, unas notas de examen sobresalientes, cartas de recomendación potentes y veraces, saber además cómo presentar el conjunto para que llame la atención del comité de admisiones. Así pues, los candidatos exitosos deben ser trabajadores, inteligentes, despiertos, ambiciosos y haber aprovechado muy bien sus años de universidad. ¿Cómo puede ser que la mayoría de estos candidatos exitosos, todos ellos unos ganadores que cumplieron con los requerimientos al acceder a la escuela de posgrado, tuvieron una actuación tan deslucida después de concluidos esos estudios? ¿Les estamos fallando a esos estudiantes, o son los estudiantes los que nos están fallando?

Lo que sucede, a juicio de los autores, es que los escenarios como Harvard desmoralizan a muchos estudiantes. Pero escenarios más modestos, donde es más fácil destacar si eres buen estudiante, provoca el efecto contrario. El profesor de Derecho Richard Sander es uno de los principales defensores del argumento del gran estanque contra la acción afirmativa.

para un estudiante de una minoría, conseguir un título de Derecho resulta más complicado si va a una escuela mejor. Esto es evidente. Pero ¿qué pasa si el esfuerzo se compensa por el hecho de que ese título vale más? Esto no es cierto, Sander y Taylor afirman que unas notas excelentes en una escuela buena valen casi lo mismo (y tal vez incluso más) que unas notas buenas en una escuela excelente.

Los estudios como éste quizá pecan de reduccionistas porque abordan fenómenos muy complejos, nada menos que interacciones sociales, extrayendo correlaciones que tal vez no sean significativas. Sin embargo, vale la pena reflexionar sobre ello y tenerlo en cuenta en lo sucesivo: nuestros éxitos académicos no sólo dependen de nuestro esfuerzo, sino de la confianza que hemos depositado en nuestras habilidades. Algo que saben bien los estudiantes afroamericanos, que generalmente obtienen peor rendimiento no porque sean menos inteligentes, sino porque tienen la percepción de que, como afroamericanos, son menos inteligentes.

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