¿Qué idioma es el mejor para comunicarse? (y III)

El problema de intentar crear una lengua desde cero, de forma artificial, es que nuestro cerebro no funciona así. Un buen ejemplo de ello son las lenguas criollas. En esencia, el idioma criollo nace así: en una sociedad en la que deben interactuar personas que hablan idiomas muy distintos (por ejemplo, cuando llegan inmigrantes múltiples nacionalidades para incorporarse a un trabajo de minería que se alargará durante décadas), las personas crean una especie de lengua que es una mezcla de todas las lenguas.

Sin embargo, es una lengua caótica, llena de lagunas, redundante, sin gramática, simplificada. Al pasar los años, nacerán niños que deberán criarse en esa lengua descompuesta, pero el milagro sucede cuando esos niños dotarán de gramática el totum revolutum que les rodea, creando una lengua nueva, una lengua criolla.

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Es decir, os hijos y los descendientes de los hablantes perfeccionarán este lenguaje reducido para transformarlo en una lengua más eficiente, en un proceso llamado nativización. Como si la lengua no pudiera ser creada desde fuera, sino que surgiera naturalmente de las mentes de los niños. Y es que, a tenor de los intentos de lenguas artificiales que os presentaré a continuación, las lenguas criollas parece ser más eficientes en realidad que las inventadas.

Tal vez uno de los esfuerzos más destacables lo realizó John Wilkins (1614-1672), que abordó la preocupación de Platón por la sistematización de las palabras. Por ejemplo, si todos son felinos y se parecen tanto entre sí, ¿por qué las palabras gato, tigre, león, leopardo, jaguar o pantera se parecen tan poco?

Sin embargo, han existido individuos que intentaron generar lenguajes tan matemáticamente perfectos como los lenguajes informáticos, a fin de que fueran hablados por las personas. El intento más conocido pertenece a James Cooke Brown, en la década de 1950.

Su lenguaje se llamó loglan. Además del vocabulario sistemático que ya presentaba la lengua inventada por Wilkins, incluye 112 palabras que rigen la lógica y la estructura.

Muchas de estas palabritas tienen equivalentes en las lenguas naturales (tui, “en genenral”); tue, “además”; tai “sobre todo”), pero las palabras realmente cruciales corresponden a cosas como los paréntesis (ausentes en la mayoría de lenguas) y herramientas técnicas para designar a individuos concretos mencionados anteriormente en el discurso. El pronombre “él”, por ejemplo, se traduciría como “da” si se refiere al primer antecedente singular de un discurso, “de” si se refiere al segundo; “di” si se refiere al tercero; “do” si se refiere al cuarto; y “du” si se refiere al quinto. Por poco natural que esto pueda parecernos, dicho sistema eliminaría un considerable nivel de confusión en torno a los antecedentes de los pronombres.

Con todo, el loglan ha tenido mucho menos éxito que el esperanto. A pesar de su origen científico, carece de hablantes nativos. Sencillamente, nuestra mente no sabe adaptarse a la lógica y la matemática. Se adapta con mucha más fluidez a lenguas llenas de parches y ambigüedades como el inglés. Pero no funcionó.

Como tampoco funcionaría que empleáramos uno lenguaje informático para comunicarnos: nuestro cerebro no está cableado así, la rigidez es rechazada por nuestra mente, todavía demasiado conectada con las partes antiguas de nuestra mente reptiliana, porque necesitamos de poesía, de metáforas, de ambigüedad.

Pascal, C, Fortran, LISP y otros tantos son lenguajes perfectos, regidos por la lógica más férrea, pero se emplean exclusivamente en el ámbito informático. Tal y como señala Gary Marcus:

Sin embargo, por claros que sean los lenguajes informáticos, nadie habla en C, en Pascal o en LISP. Puede que Java sea la lengua franca actual del mundo de la informática, pero yo desde luego no la emplearía para hablar del tiempo. Los ingenieros de software dependen de procesadores de textos especiales que marcan, colorean y siguen el rastro a sus palabras y paréntesis, precisamente porque la estructura de los lenguajes informáticos resulta poco natural para la mente humana.

A pesar de las manías, a pesar de los sentimientos, a pesar de la aspereza metalúrgica del alemán, la musicalidad y finura del catalán o blublublu francés (da la impresión de todos los franceses hablan haciendo morritos, como si fueran a plantarte un ósculo en cualquier momento), los idiomas son herramientas generadas por nuestra mente, todos son esencialmente iguales y no pasa nada si unos se extinguen y nacen otros, precisamente por eso, porque todos son esencialmente iguales y se adaptarán a las realidades sociales tan rápidamente como un niño aprende un lenguaje criollo.

Vía | Kluge de Gary Marcus | Nuestra especie de Marvin Harris | Muy Interesante | Rebelarse vende de Joseph Heath

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