Cinco fragmentos de ciencia para cambiar cerebros

Hay fragmentos de texto que, ya sea por su lírica, por su esclarecimiento, por su puesta en evidencia o cualquier otro rasgo asociado, anidan en nuestro cerebro, nos hacen experimentar en sentido de la maravilla, y, de repente, nos proporcionan una pequeña pero súbita comprensión del universo y de lo que somos. A continuación, rescatamos cinco fragmentos de libros de ciencia que considero que consiguen, en mayor o menor medida, ese efecto.

La idea me recuerda a un cuento que escribí hace años sobre un estratega alemán que inventa una forma más eficaz y original de invadir una población durante la Segunda Guerra Mundial. El plan es el siguiente: un pequeño contingente alemán aparece masacrado en los Urales, cerca del pueblo que se pretende invadir. Los soldados transportaban gran cantidad de objetos personales, libros, diarios, periódicos, etcétera. Los habitantes del pueblo cercano desvalijan a los soldados y entierran a los cadáveres.

En poco tiempo, una parte de cada una de esas vidas extinguidas se reparte entre toda la población. Los familiares intercambiaban objetos, los mercaderes los venden o especulan con ellos, los amigos disertan acerca de ellos, haciendo hincapié en los libros y diarios personales, que les descubren una nueva dimensión de aquellos soldados anónimos. Y, subrepticiamente, los lugareños son contaminados por la cultura de los soldados alemanes. Son invadidos pacíficamente, ya que los habitantes de aquel pueblo se relacionaron con el enemigo sin ningún tipo de precaución o renuencia. Al poco, aquel pequeño pueblo termina por adscribirse a la nueva ideología.

Sean los siguientes fragmentos, pues, los que el científico llegado a la aldea deja en prenda para diseminar sus ideas.

1. Sobre el método científico

Según Robert L. Park en su libro Ciencia o vudú, la única forma de adquirir modelos fiables sobre cómo funciona el mundo es a través del método científico:

Los nuevos hallazgos generalmente se comparten inicialmente con algunos colegas cercanos, y a veces se someten a prueba en un grupo reducido. También es posible que se presente oficialmente el trabajo en un congreso científico, aunque seguramente no se vería con buenos ojos que el lugar de reunión fuera el Superdome. Si no surgen problemas, el trabajo se somete a una revista científica adecuada para que lo publique. El editor de la revista elegirá a una serie de expertos anónimos para que revisen el trabajo en busca de errores obvios en sus métodos o en su razonamiento, y para que se aseguren que se tiene en la debida consideración todo el trabajo anterior en ese ámbito. Revisar los manuscritos de otros científicos cuidadosa y objetivamente se considera una obligación sagrada. De todas formas, ésa es sólo la teoría. En la práctica, el procedimiento resulta en ocasiones escandaloso y desagradable. En los congresos científicos pueden darse acalorados debates. A veces se acusa a los revisores de obstruir la publicación de resultados que contradicen a sus propios trabajos, y a los editores, de falta de objetividad. Surgen rivalidades que llegan a ser tan fuertes como las que se producen en el terreno deportivo. Trabajos estúpidos logran llegar a la imprenta, mientras que una idea sensacional puede quedar enfangada en un debate mezquino. Y sin embargo, en su conjunto el sistema funciona sorprendentemente bien: los buenos trabajos acaban por aflorar, mientras que el revoltijo de la ciencia de pacotilla sigue siendo manejable. El método científico trasciende los fallos humanos de los científicos individuales.

2. ¿Reduccionismo?

La crítica principal a los argumentos científicos es que resultan reduccionistas. Daniel Dennett carga sobre esa crítica en La peligrosa idea de Darwin:

En este tipo de conflicto, el término "reduccionismo" es el que más a menudo se encuentra en boca de todos, como una expresión típicamente injuriosa. Los que sueñan con la existencia de ganchos celestes llamadan "reduccionistas" a los que se decantan con vehemencia por las grúas y hacen que el reduccionismo aparezca con frecuencia como un filisteo y empedernido, o dicho llanamente, como el mismísimo demonio. Pero como la mayoría de los términos injuriosos, la palabra "reduccionismo" no tiene un significado preciso. La imagen central es la de alguien que sostiene que una ciencia se "reduce" a otra: que la química se reduce a la física, que la biología se reduce a la química, que las ciencias sociales se reducen a la biología, por ejemplo. El problema es que existen, al mismo tiempo, lecturas prudentes y lecturas disparatadas del reduccionismo. Según las lecturas prudentes, es posible (y deseable) unificar la química y la física, la biología y la química e, incluso, las ciencias sociales y la biología. Desúes de todo, las sociedades están formadas por seres humanos, que, como mamíferos que son, entran en los principios de la biología que se extienden a todos los mamíferos. Los mamíferos, a su vez, están formados por moléculas que obeceden a las leyes de la química y ésta, a su vez, a las reglas de la física subyacente.

3. Gracias a la ciencia

Palabras finales de Cosmos: a space odyssey:

¿Cómo es posible que siendo unas criaturas tan pequeñas, y viviendo en una mota de polvo, hayamos conseguido averiguar cómo enviar naves que recorran las estrellas de la Vía Láctea?

Hace sólo un par de siglos (o unos pocos segundos en nuestro tiempo cósmico), no sabíamos nada sobre dónde y en qué momento estábamos. Ignorantes sobre el resto del Cosmos, vivíamos en una especie de prisión, en un diminuto universo limitado por una cáscara de nuez.

¿Cómo conseguimos escapar de aquella cárcel? Fue gracias al trabajo de generaciones de investigadores que siguieron 5 sencillas normas:

1.- Cuestionar la autoridad. Ninguna idea es cierta sólo porque alguien lo diga, incluyéndome a mí. Pensar por uno mismo. Cuestionarse a uno mismo.

2- No creer algo sólo porque queramos hacerlo. Creer en algo no lo convierte en realidad.

3.-Demostrar las ideas con pruebas obtenidas a través de la observación y la experimentación. Si una idea no pasa un experimento bien diseñado, es errónea, aceptémoslo.

4.- Seguir las pruebas, allá donde nos lleven. En caso de no tener pruebas, reservarnos los juicios.

Y quizás, la norma más importante de todas.

5.- Recordar que uno puede estar equivocado. Incluso los mejores científicos se han equivocado en algunas cosas. Newton, Einstein, y otros grandes científicos de la historia, todos han cometido errores. Claro que sí, eran humanos.

La ciencia es una forma de evitar engañarnos a nosotros mismos, y a los demás.

Pero, ¿algún científico ha actuado mal? Por supuesto, hemos utilizado la ciencia de forma incorrecta. Igual que cualquier otra herramienta a nuestra disposición, y por eso, no podemos permitirnos dejarla en manos de una minoría poderosa. Cuanto más nos pertenezca la ciencia a todos, menos probabilidades habrá de que se le dé un uso incorrecto.

Estos valores debilitan el atractivo del fanatismo y la ignorancia, y en resumidas cuentas, el universo es, sobre todo, oscuro salpicado por pequeñas islas de luz.

Averiguar la edad de la Tierra, la distancia a las estrellas o cómo evoluciona la vida, ¿qué diferencia hay? Bueno, parte de ello depende de los grande que sea el universo en el que estamos dispuestos a vivir. A algunos les gusta pequeño, y no pasa nada, es comprensible, pero a mí me gusta grande. Y cuando asumo todo esto en mi corazón y en mi cabeza, me siento reconfortado. Y cuando me siento así, quiero saber que es real, que no es sólo algo que esté pasando en mi mente. Porque importa lo que sea cierto, y nuestra imaginación no es nada comparada con la increíble realidad de la naturaleza.

Quiero saber qué hay en esos lugares oscuros y qué ocurrió antes del Big Bang. Quiero saber qué hay más allá del horizonte cósmico y cómo surgió la vida. ¿Hay otros lugares del Cosmos donde la materia y la energía hayan cobrado vida y sean conscientes? Quiero conocer a mis antepasados, a todos ellos. Quiero ser un eslabón bueno y fuerte en la cadena de las generaciones, quiero proteger a mis hijos y a los niños del futuro.

Nosotros que representamos la vista, el oído, los pensamientos y los sentimientos locales del Cosmos, hemos comenzado a conocer la historia de nuestros orígenes, polvo de estrellas contemplando la evolución de la materia, trazando ese largo camino, gracias al cual hemos tomado consciencia. Nosotros y el resto de seres vivos de este planeta, llevamos un legado de evolución cósmica que abarca miles de millones de años. Si nos tomamos ese conocimiento en serio, si conocemos y amamos la naturaleza tal y como es en realidad, seremos recordados como eslabones buenos y fuertes en la cadena de la vida, y nuestros hijos continuarán esta sagrada búsqueda viendo por nosotros, igual que nosotros hemos visto por aquellos que llegaron antes que nosotros, y descubriendo maravillas con las que aún ni hemos soñado en el Cosmos.

4. Ciencia sin presupuesto

En el divertido libro de divulgación científica de Natalie Angier, El canon, se expresa este problema con gran ironía:

Con todo, el futuro de nuestro prestigio científico depende no tanto del ingenio en los temas de ciencia aplicada sino más bien de la buena disposición para la financiación de la investigación de base, los estudios sobre el sexo de los ángeles que tardarán décadas en proporcionar resultados publicables, bienes de interés comercial, estudiantes universitarios para colocar en el mercado. Los científicos y su corte proponen que si el bien público general estuviera más versado en los entresijos de la ciencia, aceptaría de buen grado apoyar un generoso incremento del presupuesto federal para esta disciplina, así como la existencia de becas de investigación a largo plazo, indefinidas, y la inversión suficiente en infraestructura (en particular para lograr mejores máquinas de café en los laboratorios). El público general admitiría el hecho de que los investigadores de base de hoy contribuyen a generar la prosperidad de mañana, sin mencionar la explicación de los misterios de la vida y del Universo, y que no se puede poner una etiqueta de precio al genio y a la serendipia, excepto para decir que es mucho más alto que la asignación para ciencia otorgada por el Congreso en el año fiscal actual.

5. El meteorito que exterminó los dinosaurios

Richard Dawkins en El cuento del antepasado narra de forma magistral cómo debió ser el instante en que sucedió el impacto:

Debido a su alta velocidad en relación a la de la Tierra, estos enormes objetos liberan, en el momento del impacto, una inmensa cantidad de energía. Una herida por arma de fuego está caliente debido a la velocidad de la bala; cuando un meteorito o cometa colisionan, lo más probable es que vayan aún más rápido que la bala que sale de un rifle de alta velocidad, con la particularidad de que, mientras que la bala pesa apenas unos gramos, la masa el proyectil celeste que puso fin al Cretácico y aniquiló a los dinosaurios se podría medir en gigatones. El ruido del impacto, un estallido que debió de dar la vuelta al planeta a mil kilómetros por hora y de dejar sordas a todas las criaturas que no hubiesen muerto achicharradas tras la explosión, asfixiadas por el golpe de viento o del tsunami de 150 metros que surcó como una exhalación los mares hirvientes, o pulverizadas por un terremoto mil veces más violento que el más virulento de los terremotos provocados por la falla de San Andrés. Y ésas sólo fueron las consecuencias inmediatas, después llegaron los efectos colaterales: los incendios que devoraron todos los bosques y selvas del planeta, y el humo, el polvo y la ceniza que velaron el sol durante un invierno nuclear de dos años de duración que acabó con la casi totalidad de las plantas y cortó de cuajo las cadenas alimenticias del mundo.

Bonus track: humor cuántico

Mucha gente que jamás había leído ni una sola línea sobre el CERN o sobre mecánica cuántica empezó a tener conversaciones sobre agujeros negros o universos paralelos que de buen seguro se parecían un poco al divertido diálogo de dos personajes de Terry Pratchett en la novela de la saga Mundodisco Lores y Damas:

–Universos paralelos, he dicho. Universos en los que cosas que no ocurrieron, como por ejemplo... –Titubeó–. Bueno, como esa chica.

–¿Qué chica?

–La chica con la que usted quería casarse.

–¿Cómo se ha enterado de eso?

–Estuvo hablándonos de ella después de almorzar.

–¿De veras? No hubiese tenido que hacerlo. Bien, ¿y qué pasa con ella?

–Bueno... En cierta manera sí se casó con ella –dijo Ponder.

Ridcully meneó la cabeza.

–Nanay. Estoy seguro de que no lo hice. Uno se acuerda de esa clase de cosas.

–Ah, pero no en este universo...

El Bibliotecario abrió un ojo.

–¿Está sugiriendo que me fugué a otro universo para casarme? –preguntó Ridcully.

–¡No! Lo que quiero decir es que en ese universo usted se casó y que en este no se casó –dijo Ponder.

–¿Me casé? ¿En serio? ¿Con una ceremonia como es debido y todo lo demás?

Ponder estaba ciento por ciento equivocado respecto a esto.

–¡Sí!

–Hmmm. —Ridcully se acarició la barba–. ¿Está seguro?

–Segurísimo, archicanciller.

–¡Caramba! Pues no me había enterado.

Ponder tenía la sensación de que por fin estaba llegando a alguna parte.

–Así que...

–¿Sí?

–¿Por qué no me acuerdo?

Ponder ya estaba preparado.

–Porque el usted del otro universo es distinto al usted de aquí –dijo–. El que se casó era un usted distinto, y probablemente ahora ya ha echado raíces en algún sitio. A estas alturas seguramente ya es bisabuelo.

–Nunca escribe, eso sí lo sé –dijo Ridcully–. Y el muy bastardo nunca me invitó a la boda.

–¿Quién?

–Él.

–¡Pero si él es usted!

–¿De veras? ¡Ja! Pues siendo yo tendría que acordarse de mí, ¿no le parece? ¡Menudo bastardo está hecho!

Imagen | epSos.de

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