Nuestra tendencia a tener demasiadas opiniones sobre todo

A título personal se nos da muy mal pronosticar el futuro y admitir si hemos tomado la decisión correcta. Sin herramientas extra mentales como la ciencia, creemos que al día siguiente volverá a salir al sol porque cada día lo ha hecho en el pasado.

Y una vez tomada una decisión no sabemos si es la correcta aunque nos haga sentir bien: la única forma de valorar la decisión consiste en escindir la realidad en dos, tomar ambas decisiones, y transcurrido un tiempo decidir cuál de los dos caminos nos han resultado más satisfactorio. Por consiguiente, nuestra capacidad de prever el futuro (incluso nuestra propia conducta) está a menudo muy limitada.

Aunque creamos que hemos aprendido mucho sobre el autoengaño, solemos incurrir con frecuencia en él. Desconfiamos de la estadística si no concuerda con nuestras ideas. Despreciamos la evidencia empírica si contradice nuestras ideologías o creencias religiosas. Siempre tropezamos en ese tipo de falacia que sugiere: vale, sí, tienes razón, pero aún no se sabe todo sobre mi postura, de modo que mi postura podría ser cierta.

Como nunca parece que podamos saberlo todo sobre todo, cualquiera de nosotros puede refugiarse en una laguna de ignorancia para continuar creyendo en lo que quiera. Incluso en tal caso, puede aducirse que la ciencia se basa en la autocorrección, y quizá un día admita estar equivocada en ese punto en el que ahora parece tan jactanciosa.

Quienes tratan de conducirse por la vida con escepticismo y humildad, evitando en lo posible sus opiniones personales cuando puede recurrir a los datos sugeridos por experimentos y estudios científicos, parece que pudieran tener una mente más ordenada, más disciplinada, menos susceptible de tropezar en autoengaños y otros sesgos. Menos proclive a retorcer la lógica para acomodar las creencias más ilógicas.

Pero estos defectos en el pensamiento también tienen lugar entre los científicos. A decir verdad, ser licenciado en una carrera científica tampoco te hace particularmente inmune a la sinrazón, como explico más ampliamente en este artículo. Con todo, parece que el pensamiento basado en el método lógico-deductivo basado en pruebas y experimentos que desprecia en lo posible la opinión personal propicia mentes más inflexibles con el engaño y el autoengaño, aunque sea a nivel porcentual.

La selección natural ha favorecido el autoengaño para que podamos engañar mejor a otros y a nosotro mismos, de modo que luchar contra esta tendencia natural es un ejercicio incasable y, en ocasiones, agotador. Por eso no hemos de ser demasiado duros con un científico deshonesto o que dedica parte de su vida a demostrar lo que concuerda con sus ideas preconcebidas.

De ello no debe deducirse que debamos convertirnos en robots, toda lógica y nada emoción, engaño y autoengaño. Probablemente eso resulta incompatible con la vida en sociedad. Lo que debe deducirse es que, en ocasiones, tendremos la posibilidad de recurrir al árbitro científico para determinar si un aspecto concreto de la realidad está siendo malinterpretada por nuestro cerebro prehistórico.

Creo que, en ese sentido, el doctor en biología de Harvard Robert Trivers lo expresa mejor que yo en un fragmento de su libro La insensatez de los necios:

La conciencia y la capacidad de cambiar son dos cosas distintas. Soy proclive a las actitudes moralizadoras, a tener confianza excesiva en mí mismo y a descartar puntos de vista alternativos, características todas previsibles en un organismo como el mío, pero también soy consciente de esas tendencias. Puedo enumerarlas con todo detalle. ¿Que si desearía ser distinto? Sin duda. ¿Puedo cambiar? No. Para mí, aquí radica la paradoja del autoengaño, o su tragedia: deseamos hacer las cosas mejor pero no podemos. Por otro lado, tener consciencia del engaño y del auto-engaño nos permite apreciarlo mejor, comprenderlo con más profundidad, defendernos (cuando el engaño está dirigido contra nosotros) y, por último, combatir en nosotros esas tendencias si así lo deseamos. En líneas generales, esa conciencia nos hace más perspicaces con respecto al mundo social que nos rodea: contemplamos con mirada más penetrante las mentiras del gobierno y de los medios de comunicación, y también las más profundas que nos contamos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos.

El algoritmo de la ciencia, en ese sentido, funciona como un programa de ordenador. Cuando tenemos una opinión que puede combinarse con él, se hace, y entonces obtenemos evidencia con el mínimo de opinión y el máximo de objetividad que somos capaces de obtener.

Y si alguien consigue encontrar un error en el programa o una explicación mejor combinada con dicho algoritmo, se corrige. El resto, opiniones. Como que True Detective es una buena serie de televisión o que al morir nos trasladamos a otro universo. ¿Es verdad? ¿Es mentira? No se sabe hasta que la ciencia logre introducir su algoritmo para explicarlo (si es que eso ocurre algún día). Quien dice saberlo, engaña o se autoengaña.

Ver todos los comentarios en https://www.xatakaciencia.com

VER 31 Comentarios

Portada de Xataka Ciencia