Lo que dice la ciencia es verdad; lo que opinas tú, no (II)

En puridad, no hay demasiadas diferencias entre la epistemología de la ciencia y la epistemología de la vida cotidiana. Es decir, que todos vosotros tenéis cierto grado de pensamiento científico. Historiadores, detectives, electricistas… todos usan los mismos métodos básicos de inducción, deducción y evaluación de los datos que los físicos o los bioquímicos.

La diferencia crucial es que la ciencia moderna intenta llevar a cabo esas operaciones de forma más cuidadosa y sistemática, por ejemplo usando controles y ensayos estadísticos, insistiendo en la repetición, desconfiando de testimonios, etc.

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Tampoco se basa sólo en la observación (por ejemplo, como he visto a un gnomo o que un amigo mío puede levitar, entonces los gnomos y los superhéroes existen): el razonamiento por el que se pasa de las observaciones científicas a las teorías científicas es mucho más intrincado y precisa de una enorme red de datos empíricos, no de una sola observación.

Resumido en una frase de Clovis Andersen: “Uno no sabe nada hasta que no sabe por qué lo sabe.”

Llegados a este punto, mi amigo de cafetería podría discrepar de los estudios que le había presentado pero… ¿hasta qué punto podría hacerlo? Como dije, hay verdades científicas que no son opinables (salvo que aportes un quintal de pruebas, con lo cual dejas de opinar para sostener evidencias). Por ejemplo, si explico a alguien el funcionamiento de un aparato de radio, él no puede replicar: ésa es tu opinión, pero yo creo, contra lo que dice la teoría, que la radio no funciona así.

Esto es obvio. Lo que no es tan obvio es cuando se trata de estudios científicos de gran carga hipotética. Entonces alguien podría discrepar. O encontrar algún fallo evidente. Pero ¿hasta qué punto? Lo lógico es que, en primer lugar, el discrepante debería conocer todos los detalles del estudio. En segundo lugar, debería tener amplios conocimientos sobre la disciplina que está en juego (un físico probablemente no será competente en bioquímica y viceversa).

Pueden existir personas así, pero son escasas… y no era precisamente la persona que estaba tomando el café conmigo. Sin embargo, hoy en día la complejidad de la ciencia es tan elevada que los científicos, individualmente, poco o nada pueden aportar. Son los grupos de científicos, incluso multidisciplinares, los que están más legitimados para poner en entredicho determinados estudios mediante argumentaciones o nuevos experimentos que, a su vez, pueden ser analizados, criticados o repetidos por el resto de la comunidad científica.

Sé que suena a mafia. Pero la idea que quiero transmitir es que, a medida que los conocimientos científicos gana en complejidad, los individuos pierden cada vez más crédito en virtud del la comunidad, de una ordenada red de individuos que perfeccionan dicho conocimiento.

Como explica Richard Posner en su obra Public Intellectuals:

El público da más importancia de la debida a las credenciales cuando un académico opina de cosas que caen fuera de su especialidad. (…) Es particularmente probable que sean a la vez sagaces y estúpidos en una era de especialización (…) el brillante matemático, físico, artista o historiador puede que sea incompetente cuando se trata de cuestiones políticas o económicas.

Ello no significa que todos debamos quedarnos encerrados en nuestro estrecho campo de conocimientos especializados para evitar errores embarazosos. Lo que se sugiere es que hay que prestar menos atención a las credenciales y a las opiniones personales que a los datos razonados, argumentados, contrastados, evidenciados o reforzados por una red de personas que traten el tema colectivamente.

Vía | Más allá de las imposturas intelectuales de Alan Sokal

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