Usando insectos para determinar el tiempo que hace que murió una persona

La Inquisición protestante llevó a cabo procesos inquisitoriales públicos a animales. Hacia el año 1400, en Savigny, Francia, así como en otro lugares, se detenían, encarcelaban y juzgaban a animales con todas las formalidades, y si a ello había lugar, eran públicamente ejecutados, en castigo por sus fechorías. Y en los juicios contra los animales se invocaban prórrogas, vicios de nulidad, recursos, sobreseimientos, excepciones dilatorias y toda clase de procedimientos formulistas.

En dos siglos se llevaron a cabo unos 60 juicios a animales en Francia. Un despilfarro de de medios que habrían alegrado a Esopo, La Fontaine, Joel Chandler, Walt Disney o el doctor Doolitle.

Corrían rumores de que miríadas de insectos también eran sometidos a las diligencias de un juicio, pero debido a su número y su exigüidad no se les trasladaba ante el tribunal. Al parecer, un juez hizo enviar a un alguacil que informara comparecer en el día y hora señalados ante el magistrado para tener constancia de la condena de desalojar unos parajes usurpados por éstas. Los interpelados fueron una plaga de langostas. Hasta hubieron tres citaciones regulares antes de declarar rebeldía en los demandados.

Con todo, si bien los juicios a animales eran un absurdo, los insectos, en particular, sí que iban a tener un papel protagonista en muchas instrucciones judiciales.

Moscas y gusanos en tu carne

Hasta el siglo XVII, se creía que las moscas, los gusanos, las abejas y los escarabajos nacían de forma espontánea a partir de la carne putrefacta. Hasta que llegó el primer experimento al respecto. Lo llevó a cabo un médico y poeta de Arezzo (Italia) llamado Francesco Redi.

El experimento fue muy sencillo: llenó tres tarros con carne descompuesta y dejó uno abierto, un segundo cubierto con una gasa y un tercero perfectamente cerrado. Al cabo de unos días, la carne del primer tarro estaba cubierta de gusanos; la del segundo tarro había atraído a las moscas, pero no tenía gusanos; la del tercer tarro estaba intacta. Redi, pues, concluyó que los gusanos eran moscas inmaduras y que las moscas habían puesto huevos en la carne en descomposición.

Este hallazgo, en apariencia baladí, revolucionaría la historia de la criminología, porque permitiría determinar el tiempo que hacía que un cadáver estaba muerto, tal y como explica E. J. Wagner en su libro La ciencia de Sherlock Holmes:

El descubrimiento de que algunos insectos se reproducían en la carne putrefacta al alcanzar la madurez era una idea novedosa. Si podía determinarse con exactitud cómo cada tipo de insecto colonizaba los cuerpos sin vida, y si era posible predecir con escaso margen de error el tiempo que le tomaría hacerlo, la información obtenida podría convertirse en una herramienta valiosa para establecer la hora de la muerte en los casos de homicidio.

En 1850, en Francia también, a raíz del cadáver de un bebé, por primera vez se llevó a la práctica este sistema de datación. El veterinario del ejército Pierre Megnin, un experto del Museo de Historia Natural de París, escribió una obra definitiva sobre el tema en 1887: La fauna de las tumbas, y en 1894: La fauna de los cadáveres.

Obviamente, los forenses entomológicos han mejorado mucho su forma de evaluar a los insectos en casos de homicidios. En 2004, por ejemplo, el Journal of Forensic Science informaba de que se podían elaborar perfiles de ADN humano a partir de los gusanos que se habían alimentado de un cadáver incluso después de un intervalo post mortem de 16 semanas. Chúpate esa, CSI.

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