Contra el diseño inteligente

A pesar de que la teoría de la evolución de Darwin es una de las teorías más sólidas y coherentes de la historia de la ciencia, todavía existen muchos colectivos que se niegan a aceptarla como verdadera, amparándose en el creacionismo (los menos leídos) o en el diseño inteligente (los que han leído un poco más).

Este artículo está dirigido para los segundos (sospecho que los primeros requieren de una instrucción previa muy elaborada o sencillamente han dejado de escuchar los razonamientos externos a su propio cráneo).

El diseño inteligente funda su tesis en que el mundo en general y las formas de vida en particular poseen tal grado de complejidad que ello evidencia una clara intención o dirección de la naturaleza, así como un diseñador inteligente previo, un planificador (esta entidad debe de ser Dios, por supuesto).

Este argumento, llamado teleológico, se remonta a la antigua Grecia, pero su proponente más popular tal vez sea el teólogo inglés William Paley, que emplea la famosa analogía del relojero: imaginemos que paseamos por el bosque y encontramos un reloj tirado en el suelo. Así como es evidente que tamaña sutileza técnica como es un reloj posee un constructor y no ha sido creado por casualidad, lo mismo debe aplicarse a la abrumadora complejidad natural que nos rodea; por ejemplo, la de un ojo humano.

Irónicamente, esta analogía del reloj se remonta a Cicerón, en cuya época los relojes eran de sol y de agua.

Sin embargo, el planteamiento de Paley, así como todos los planteamientos teleológicos, incurre en un error de base. John Allen Paulos lo explica así en su libro Elogio de la irreligión:

¿Cuál es la probabilidad de tal complejidad? ¿Cómo sabemos que algo es demasiado complejo para haber surgido espontáneamente? ¿Cuál es el origen de dicha complejidad? Los creacionistas explican la complejidad de las formas vivas, que contemplan como absurdamente improbable, y postulan por ello un creador. Que este creador tenga que ser de una complejidad enormemente mayor y mucho más improbable que las formas de vida que creó no parece preocuparles. Pero es de lo más natural preguntarse lo mismo del creador que de sus presuntas creaciones. Poniendo sobre la mesa una carta recursiva similar a la jugada contra el argumento de la causa primera, preguntémonos sobre el origen de la complejidad del creador. ¿Cómo surgió? ¿Existe toda una jerarquía de creadores, cada uno creado por un creador de orden superior, y todos ellos, excepto los más inferiores (nosotros), creadores a su vez de otros creadores de orden inferior?

La mente humana tiende a atribuir explicaciones teleológicas a las cosas que no entiende cómo funcionan, así como propósito e intención. Pero la ciencia permite despejar la incógnita y reformular fácilmente la explicación a términos no intencionales.

Un termostato procura mantener la casa a una temperatura constante… hasta que sabemos cómo funciona realmente un termostato (cuando la temperatura ambiente aumenta, un metal se expande más que el otro y abre un interruptor que apaga el calefactor). Entonces nadie atribuye intencionalidad al termostato. Ni a los metales.

Vía | Elogio de la irreligión de John Allen Paulos

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