El orden de nacimiento de los hermanos no era tan importante en la personalidad como se creía

El orden de nacimiento de los hermanos no era tan importante en la personalidad como se creía
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El orden en que hemos nacido influye de alguna manera en nuestra personalidad y nuestra forma de relacionarnos. Lo mismo sucede con nuestros hijos, a quienes ser el primogénito, el mediano o el pequeño condiciona su papel en la familia y su forma de ser. Por ejemplo, los primogénitos siempre han sido tradicionalmente más responsables que los segundogénitos.

Sin embargo, la influencia del orden de nacimiento en la personalidad podría haberse exagerado a la luz de los resultados de algunos análisis recientes. Al menos, lo que parece que importa más para forjar nuestra personalidad no es tanto el orden en el que nacemos, sino cómo nos tratan nuestros padres (en función de ese orden de nacimiento o no).

Orígenes

Alfred Adler, un psicoterapeuta austriaco de finales del siglo XIX y fundador de la psicología individual, además de discípulo de Sigmund Freud, fue uno de los primeros en sugerir que el orden de nacimiento conduce a diferencias en la personalidad. Adler consideró que los primogénitos eran neuróticos, porque no tienen que compartir a sus padres durante años y, esencialmente, sus privilegios empiezan a decaer una vez que llega un hermano. También consideraba a los hijos mayores como obedientes y, a veces, conservadores. Por contrapartida, los hermanos más pequeños son ambiciosos, mientras que los niños del medio tienen una posición óptima en la familia y se caracterizan por la estabilidad emocional.

La explicación que subyace a las ideas de Adler parece obvia: cada niño ocupa un cierto nicho dentro de la familia y luego usa sus propias estrategias para prosperar en la vida. Sin embargo, la evidencia actual sugiere que el período en la vida de los padres, su estado y recursos, afectan la forma en que los padres crían a los hijos, lo que probablemente afecta a la personalidad de los mismos.

Así pues, las cosas son más complicadas de lo que parece: nuestra crianza es una mezcla indisociable de genes y ambiente, y tratar de medir cualquiera de estos ámbitos resulta, cuando menos, espinoso.

Limitaciones metodológicas

La idea de que el orden de nacimiento forja nuestra personalidad de determinada manera está reflejada incluso en guías educativas actuales porque hay bastante literatura científica que respalda tales afirmaciones. No obstante, el problema de estos estudios son varios. En primer lugar, los hermanos mayores no solo nacieron primero, sino que también simplemente fueron mayores. Es decir, que al estudiarse son más maduros y está más psicológicamente formados que sus hermanos pequeños, lo que podría alterar las mediciones de cualquier estudio a este respecto.

Otro defecto metodológico en muchos de estos estudios reside en el hecho de que solo una persona juzga su propia personalidad y la de sus hermanos, es decir, que se le pregunta al hermano mayor a propósito de todo ello. Este detalle es importante porque la autopercepción y la percepción de los demás a veces pueden diferir considerablemente. Además, los sujetos pueden haber incorporado inconscientemente el cliché de hermanos mayores obedientes y cosmopolitas; incluso los propios padres pueden haber adoptado este estereotipo ampliamente difundido si se les pregunta a propósito de la personalidad de sus hijos.

Otro más: ser el tamaño de la familia influye. Las familias con más hijos suelen ser de clases socioeconómicas más bajas. Así, por ejemplo, puede resultar significativo que muchos astronautas sean primogénitos, pero no lo es tanto si analizamos, por ejemplo, que puedan perternecer a clases clases socioeconómicas más altas donde se tienen menos hijos (y por tanto la probabilidad de ser primogéntico es mayor).

Todos estos sesgos fueron algunos que quisieron aislar investigadores dirigidos por la psicóloga Julia Rohrer, de la Universidad de Leipzig en Alemania, que evaluaron datos de más de 20.000 entrevistados de Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Compararon así los perfiles de personalidad de los hermanos, pero también de personas con diferentes órdenes de nacimiento que nunca se habían conocido entre sí. Lo que descubrieron fue que no había diferencias significativas en la personalidad.

Y cuanto mayor es el tamaño muestral, menores son los rasgos distintivos de los primogénitos, como sugiere este otro estudio de 2015 llevado a cabo por la psicóloga Rodica Damian y su colega Brent W. Roberts, ambos en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, y que incluyó a 377.000 estudiantes de secundaria.

En otras palabras: estamos ante una jungla causal, una jungla muy tupida de racimos enormes de interacciones. Por ello, tu posición en la familia puede afectar a tu personalidad, pero no siempre es así, y también depende de la familia que analicemos, su posición socioeconómica y, naturalmente, tus genes. Sin contar otras influencias no menos importantes, como los amigos (y todos los pares o semejantes), la forma en que los padres tratan a sus hijos en función del estereotipo que existe sobre cómo son los primogénitos (una suerte de profecía autocomplida), y toda una ristra de factores más que eclipsan esos compartimentos estancos tan claros y evidentes que propuso Adler.

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